Españoles: paseando por las calles de Roma, entrando en sus restaurantes y visitando sus museos y sus iglesias, uno oye hablar continuamente a gente española, gente de paso o de visita; y por eso, y por algo especial que tiene la ciudad y por su aliento mediterráneo, uno se siente a gusto, como si pudiera quedarse allí a vivir sin haberlo planeado. Fellini (7): “La cultura en Roma no tiene nada de académico. Ni siquiera es museográfica, siendo la ciudad un enorme museo”. Panna Cotta: el flan de nata, recubierto de caramelo o de chocolate, según los gustos y las preferencias; una sola cucharada es como el beso de un ángel (femenino) en los labios; en una taberna me sirvieron el mío completamente helado, pero no dije nada y lo comí. Caravaggio: en la Iglesia de San Luigi dei Francesi, en un rincón, vi una capilla con tres cuadros magistrales de este artista, uno de mis favoritos, a saber, “San Mateo y el ángel”, “La Vocación de San Mateo” y “San Mateo mártir”, tan poderosos en el tratamiento de la luz y las sombras y los rasgos de los retratados que casi me postro para hacer una reverencia. Pasta y pizza: no se cansa uno de comer ambas de todas las maneras posibles, con salmón, con champiñones, con espinacas, con marisco, con panceta, con lo que sea; pasta fresca y preparada como sólo saben hacerla en Italia.
Mensaje: el que vimos escrito en una pizarra, a la puerta de un restaurante del Trastevere, que decía “We are against war and tourist menu”, o sea, “Estamos en contra de la guerra y del menú turístico”. Cúpula: la del Panteón, otro prodigio que se ha conservado intacto durante siglos, y bajo el que uno debe detenerse a observar el cielo y el modo en que la luz se filtra y alumbra el interior del edificio. Suciedad: la de las fachadas de las casas y de los edificios en general, tal vez debido al humo de los tubos de escape de los coches y de las motos. Huesos: los de 4.000 frailes capuchinos, que pueden verse en la Cripta de los Capuchinos de la Iglesia de Santa María Della Concezione, previo pago de un euro; algo indescriptible y tenebroso y lo más tétrico que he visto nunca, con cientos y cientos de calaveras, quijadas, clavículas, caderas, tibias y vértebras formando lámparas, torres, adornos y arcos (hay fotos en internet), con varios cadáveres momificados y vestidos con la túnica de los frailes, y con cruces en el suelo bajo el que hay enterrados más hombres, y con un esqueleto en el techo que sostiene una guadaña y un reloj de arena, construidos también con huesecillos; las salas oscuras donde prohíben fumar, hacer fotos, escribir en las paredes y tocar los huesos recuerdan a “Indiana Jones y el templo maldito”; y no falta una advertencia que dice “Como vosotros nosotros éramos, como nosotros vosotros seréis”. Fellini (8): “Roma es una ciudad terapéutica, que favorece la salud del espíritu y del cuerpo”.
Dvd: encuentro ediciones de Almodóvar y de muchas películas americanas, pero apenas hay rastro del spaghetti western, salvo las de Sergio Leone. Moisés: el de Miguel Ángel, en la Iglesia de San Pietro in Vincoli, obra maestra de equilibrio y composición; deslumbra porque tiene la magnificencia de un rey, la musculatura de un guerrero y la grandeza de un dios. Romanticismo: la ciudad es aún más romántica de lo que uno esperaba, es un poema en construcción. Fellini (9): “Es una ciudad hospital. Es como el tribunal de Kafka: te acoge cuando llegas y te deja irte cuando te vas”. Paciencia: la que poseen los lectores que hayan llegado hasta aquí, tras varios días de abrasarlos con mis impresiones; a ellos, a las personas con las que viajé y a Jorge García, van dedicadas estas columnas, aunque no sean las de Trajano o Marco Aurelio.