Fellini (4): “Roma no tiene necesidad de hacer cultura. Es cultura. Cultura prehistórica, histórica, etrusca, renacentista, barroca, moderna”. Librerías: en la ciudad encontré muchas y buenas librerías, con un culto preferente por varios de mis escritores favoritos, como John Fante, Raymond Carver, Charles Bukowski o David Foster Wallace; y libros inéditos en España de Fernanda Pivano, que murió en agosto. Campo dei Fiori: heladerías, bares, restaurantes, animación callejera, júbilo de los paseantes, mercadillo matutino de flores, frutas, quesos, pasta y verduras, el Cinema Farnese y la Librería Fahrenheit 451. Plaza Navona: con las gloriosas fuentes de Bernini, un lujo para el ojo, y una de las sedes del Instituto Cervantes y, junto a éste, la Librería Spagnola, con libros traducidos de mis compatriotas. La Fontana di Trevi: visita obligatoria de día y de noche; me impresiona la majestuosidad de las esculturas, el ruido atronador y relajante del agua fluyendo; en la memoria, el recuerdo inmortal de Mastroianni metiéndose en la fuente tras escuchar las palabras de Anita Ekberg (que había llevado un gatito sobre la cabeza): “Marcello, come here! Hurry up!”, porque descubrir esta “fontana” en Trevi es como encontrar oro a la vuelta de la esquina.
Café: bebida sagrada en Italia, con camareros que se niegan a servirlo frío o que tuercen el gesto si uno lo pide con hielo; allí el café es tan delicioso que uno lo utilizaría hasta para enjuagarse los ojos. El Vaticano: las interminables y fluidas colas de gente para entrar; las maravillas de la Plaza de San Pedro y la Basílica, “La Piedad” de Miguel Ángel, enésima obra maestra que uno no se cansa de mirar; la cúpula, las esculturas, la huella de Bernini, las tumbas y el pie de San Pedro, erosionado por los turistas que lo tocan al pasar. Fellini (5): “Pero de todos modos Roma es fascinante. Para mí es la ciudad ideal, si no la Jerusalén celestial. ¿En dónde puede encontrarse la luz de Roma? Basta con un rayo de sol entre dos palacios renacentistas, entre una flotilla de nubes vagantes, para que la ciudad se vista de nuevo y readquiera su encanto”. Los Museos Vaticanos: a catorce euros la entrada, donde recorremos varios kilómetros y donde me asombra el “Laoconte y sus hijos” y cómo estos se retuercen por el acoso de las serpientes, y la cantidad de bustos, columnas, esculturas, mapas, tapices, cuadros, bóvedas, y reliquias abundantes, para las que uno necesitaría semanas de contemplación lenta, y sobre todo la Capilla Sixtina de Miguel Ángel, un prodigio artesano que parece hecho por los dioses, en una sala por la que circulan vigilantes ordenando silencio y pidiendo que no se hagan fotografías, y donde todos miramos hacia arriba y abrimos la boca, no tanto por la postura sino por la belleza de techos y paredes.
Plaza de España: escaleras repletas de gente que se sienta a observar el conjunto, a hacer fotos, a descansar; al lado está el Museo de Keats y Shelley. Trastevere: es vital deambular por esta zona, perderse por sus callejuelas, entrar en las librerías (como la Librería del Cinema), cenar en el famoso Ivo y ver la escultura de San Antonio, al que los fieles han rodeado de cientos de papelitos con peticiones. Fredo: café frío, pero sin hielo; en un restaurante, el camarero nos dijo que allí sólo lo servían caliente y, si queríamos café frío, que fuéramos a tomarlo a la taberna. “El padrino” y “Scarface”: son numerosas las referencias en forma de carteles, calendarios y otros souvenirs. Fellini (6): “¿Y el clima de Roma? Tan dulce, tan ventilado, tan refrigerante”. Vagabundos: un hombre sin manos, pidiendo; otro, metido en una fuente para lavar la ropa con gel; ese, sin dedos; todos contrastan con la riqueza del patrimonio artístico.