El miércoles pasado murió el escritor Budd Schulberg, guionista de una de mis películas favoritas: “La ley del silencio”, de Elia Kazan, que contiene una de las mejores interpretaciones de Marlon Brando, esa bestia parda del cine. Schulberg ganó el Oscar por este guión. Tengo la película en dvd. En los últimos días (antes de la muerte del guionista: lo juro) estaba intentando sacar un hueco para revisarla, pues es un filme que debe verse cada cierto tiempo. Pero no encontré ese hueco y tuve que posponerlo. Schulberg ha fallecido a los noventa y cinco años. En mi biblioteca figura uno de sus libros, muy recomendado por Carlos Boyero: “El desencantado”. Es una de esas lecturas que he ido aplazando y aplazando: son unas quinientas páginas. Si lo hubiera leído, ahora tendría una perspectiva más profunda de la obra del autor. Y no la tengo. Cojo el libro y compruebo que el prólogo es de Anthony Burgess: no lo recordaba. En esta novela, Schulberg recrea su relación con F. Scott Fitzgerald. Cambió de nombre a los personajes, para disimular. Alba Editorial publicó hace tiempo otra de sus novelas, llevada al cine con Humphrey Bogart: “Más dura será la caída”. El resto de las obras editadas en España fueron traducidas por El Acantilado. La que me interesó siempre es “El desencantado”. Me hubiera gustado leerla cuando el autor estaba vivo y ya es tarde. Algunos escritores prefieren leer a los autores muertos antes que a los vivos. A mí me ocurre al revés: prefiero leerlos antes de que la palmen.
Un día después, el jueves, murió el director y guionista John Hughes. A los cincuenta y nueve años. Iba por la calle, paseando, y sufrió un ataque al corazón. Deben entender que, para mi generación, Hughes fue un icono, una especie de ídolo que comprendió los problemas de la juventud de los ochenta y los expuso en el cine aplicándoles el barniz de la comedia, que siempre es más llevadero. Reviso ahora mi archivo de artículos para este periódico: pensaba que el año pasado había escrito sobre Hughes y sus comedias. No, fue antes: escribí sobre él hace casi dos años, en septiembre del 2007. Esa fue la temporada en que me dio por comprarme la mayor parte de su filmografía en dvd. Volví a verlas y a disfrutarlas. Sus comedias se han mantenido vivas en la memoria, engrosando las listas de los títulos de culto, gracias a nosotros, los de mi generación, que recordamos de vez en cuando “16 velas”, “Todo en un día”, “La loca aventura del matrimonio” o la extraordinaria “El club de los cinco”. Eso, en lo que respecta a su faceta de director. De su producción destaco “La chica de rosa” y “Una maravilla con clase”. Prefiero olvidar que produjo las de “Solo en casa” porque, aunque recaudaron un montón de dinero, no sería capaz de volver a verlas hoy: detesto el recuerdo del niño rubio dando por saco a los malos. Sin embargo, en algunos titulares de la prensa de ayer ése era el crédito principal que le asignaban: el de creador de “Solo en casa”. Prefiero mil veces “El club de los cinco”. Hughes no dirigía desde el 91, en que rodó una de sus obras más flojas: “La pequeña pícara”. En algunas esquelas ni siquiera nombran sus principales películas, tal vez por ignorancia.
Las cintas citadas desde el principio del artículo se podían conseguir en tiendas a precios muy asequibles. Me pregunto qué ocurrirá a partir de ahora. Si el mercado mantendrá los precios de las mismas o los subirá, sabiendo que la muerte siempre genera ganancias. Dependerá, supongo, de la respuesta de los internautas. Y parece que respecto a John Hughes así está ocurriendo: homenajes en Blogger, Twitter o Facebook. Como ocurrió con David Foster Wallace o Michael Jackson.