En el momento de hacer las maletas, como ya he apuntado aquí en alguna ocasión, la tarea que más tiempo me ocupa es la de seleccionar los libros que me llevaré durante unos días. La literatura es una enfermedad y con esto me refiero a estar poseído por la necesidad de la lectura o por la necesidad de la escritura o por ambas. La otra tarde, sentados en una terraza en la que nos asediaban los pedigüeños y los repartidores de publicidad, lo comentaba con unos amigos: que leer es como una enfermedad. Una adicción. Llega un punto en la vida de un lector en el que pasa de coger el libro en sus ratos de ocio a coger el libro en cualquier oportunidad. Cualquier instante es favorable para abrir el libro y refugiarnos en sus páginas: cuando alguien enciende la tele, cuando estamos a la orilla del lago o del mar o de la piscina, cuando en las sobremesas la gente se pone a dormir la siesta, cuando viajas en el metro, etcétera. Una de mis manías consiste en no salir fuera de la ciudad sin, al menos, un libro. Entre mis colegas aún se recuerda aquella excursión a las Cascadas de Sotillo, en Sanabria, en la que, mientras otros cargaban con mochilas y macutos durante el ascenso, yo llevé dos bolsas. Una contenía un libro. La otra, un bocadillo. Hubo burla por esto; pero cuando, terminado el almuerzo, el personal se tumbó a sestear, yo abrí mi libro y me dispuse a leer. Aproveché mi tiempo, que es de lo que se trata.
Siempre me ha parecido sorprendente esta actitud. Si alguien se fuma un pitillo cada media hora, nadie dice nada, está aceptado socialmente, nadie se asusta. Si alguien se toma una copa cada hora o cada cincuenta minutos, nadie lo comenta. Si, en cambio, llevas un libro a una excursión y lees unos fragmentos en cuanto tienes oportunidad, te consideran loco. No han faltado ocasiones en que algunas personas me preguntaran qué sentido tiene leer. ¿Para qué lees?, preguntan. En lugar de extenderme en explicaciones, sé que ahora podría recomendarles la lectura de “Fahrenheit 451”, pues allí están todas o casi todas las respuestas. Aunque sería inútil aconsejarle a alguien que se niega a leer que busque las respuestas a sus preguntas dentro de un libro.
Volvamos al equipaje. Repaso la lista de títulos de mi biblioteca y elijo en función de lo que últimamente necesito. Uno va por rachas en la lectura, por temporadas. Durante una temporada lees más cuentos. En otra, te da por las entrevistas. Quizá más adelante te interese la novela negra, o estés atravesando un mes en el que sólo necesitas poesía. Repasé mis últimas lecturas antes de apilar los libros que me llevaría en la maleta. Siempre echo más títulos de los que podré leer. En prevención. Puede ocurrir que uno caiga enfermo lejos de su biblioteca. Que padezca una gripe y, por la fiebre, tenga que guardar reposo unos días. En ese caso, necesita lecturas a mano. Encargarle a alguien que vaya por ti a la librería acaba siendo un engorro para todos. Así que lo mejor es prevenir y llevar más libros. Por si acaso. Decía unas líneas más arriba que repasé mis últimas lecturas. Vi que lo que me interesa en estas semanas son, esencialmente, aquellos libros que hablan de otros libros y de otros escritores. La metaliteratura. Me interesan estos días (y no es la primera vez, pero ahora alcanza la categoría de adicción) los libros que recopilan artículos, los artículos que hablan de otros escritores, las búsquedas de las costumbres de otros escritores, caso de “Kafka va al cine”, los ensayos que te empujan a buscar otros títulos, caso de “Cómo hablar de los libros que no se han leído”, que, a pesar de su título, incita a la lectura y ofrece ejemplos gozosos de otros libros. Esto es una pasión y una enfermedad.