Me fascina Michael Mann. Es uno de los grandes directores del cine contemporáneo. Sus películas abogan por un universo de hombres duros, caracterizados siempre por alguna obsesión: el robo, la caza de criminales, la libertad a cualquier precio, la perfección en su trabajo. En Public Enemies hay que fijarse en su maestría a la hora de colocar y mover la cámara: siempre filma desde lugares insospechados, desde rincones originales, ofreciendo planos majestuosos y cargados de tensión, aunque muchas veces sólo enfoque los rostros o los cogotes. En esta película, además, la cámara suele estar muy por debajo de los torsos, en planos contrapicados que potencian la altura metafórica de esas leyendas del star system del crimen en los años 30: John Dillinger, Baby Face Nelson, Harry Pierpont, Pretty Boy Floyd, Frank Nitti... Al talento de Mann hay que sumar un extensísimo reparto, en el que destacan Jonnhy Depp, Christian Bale, Marion Cotillard y Stephen Lang. Aquí vuelve a contarnos la historia real de otras obsesiones: las de los gángsters de Chicago por robar bancos y escapar de la cárcel y las de los agentes encargados de atraparlos. Con el tiempo, Mann se convertirá en un clásico.
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Lo único que se le puede reprochar a Enemigos públicos es su incapacidad para emocionar al espectador, algo que sí conseguían Heat, Collateral o The Insider (El dilema). Quizá por apostar más por la acción que por los diálogos, quizá por recortar el papel de Cotillard en la mesa de montaje, lo cierto es que uno, aunque disfruta de cada secuencia, sólo se emociona en el último tramo. No sé si esa frialdad ha sido buscada adrede por el director. A John Dillinger lo mataron a la salida de un cine; pudo haber sido peor: pudieron haberlo matado antes de entrar. Yo creo que a él le hubiera gustado esta película.