Un amigo me pasó hace meses su primera novela. Inédita, todavía. Luego la envió a una editorial y se puso a esperar el veredicto, que es algo que requiere armarse de una dosis de paciencia infinita. Uno puede pasarse incluso más de medio año esperando la sentencia de los lectores que tienen contratados en las editoriales. Es posible que luego, tras ese tiempo comiéndose las uñas mientras aguarda, los editores le manden una carta de rechazo, una carta tipo en la que suelen asegurar que ese repudio no obedece a falta de talento o de comercialidad, sino a que los planes de la editorial están completos, o que no se ajusta a sus requerimientos porque no publican manuscritos de tal o cual género. Meses después, mi colega recibió su primera carta de rechazo y me escribió para contármelo y me pareció entender que iba a dejar la novela abandonada en el cajón, que ya no quería intentarlo más. Rápidamente le escribí un correo para aconsejarle que no lo hiciera, que no se desanimara, que a veces los libros tardan décadas en editarse. Todo el mundo tiene cartas de rechazo editorial. Desde quienes nunca llegaron a publicar en vida hasta quienes unos años después fueron reconocidos como genios.
Unos días después, leyendo “El viento ligero en Parma”, un libro de ensayos y artículos de Enrique Vila-Matas, encontré un texto titulado “Ay, mi estimado señor”, que habla precisamente de eso, del rechazo editorial. El título del artículo alude, según explica Vila-Matas, a una carta que recibió Oscar Wilde cuando se negaron a publicar “El abanico de Lady Windermere”. El editor decía: “Mi estimado señor, he leído su manuscrito. Ay, mi estimado señor”. Creo que cualquiera que se dedique a escribir, sobre todo si es novel o principiante, debería leer este artículo de Enrique Vila-Matas porque confiere seguridad, proporciona consuelo y da algunos ejemplos de célebres negativas editoriales. En el texto encontramos frases como ésta: “El rechazo es una amarga realidad de la profesión de escritor”. O ésta otra: “Cada día hay cientos de personas deprimidas porque les han devuelto un manuscrito”. O las siguientes: “Muchos escritores inéditos porque han visto rechazados sus manuscritos creen que los que publican libros viven felices lejos del rechazo. Y sin embargo no es así ni muchísimo menos, no hay un solo escritor reconocido que no sea cosido a rechazos a lo largo de toda su carrera”.
A propósito de esto, me traje de Madrid, impreso en varios folios, un extenso y estupendo reportaje sobre David Foster Wallace, de quien en septiembre se cumple un año de su suicidio. Dicho reportaje salió publicado en la revista “Etiqueta Negra”, y en el blog de “El boomeran(g)” se puede descargar una copia del mismo en pdf. Dado que son demasiadas páginas, preferí imprimirlo y leer uno o dos folios de vez en cuando. Pues bien, en ese texto, titulado “El escritor inconcluso”, escrito por D.T. Max y traducido a nuestro idioma por Diego Salazar, se cuentan algunos de los rechazos y fracasos de Foster Wallace. Dichas negativas no ayudaron mucho, que digamos, a un hombre joven al que la depresión solía acorralar. Pero ahí no acabó todo, pues cuando logró publicar sus dos primeros libros, algunos críticos los despacharon con críticas negativas. A eso hay que sumar el afán de superación que tuvo siempre DFW, quien pensó que no estaba alcanzando los objetivos propuestos. Estos dos artículos, el de Max y el de Vila-Matas, animan y por eso me parecen importantes, entre otros motivos. Del rechazo se aprende. Te obliga a ser más fuerte. Te enseña a resistir.