El otro día hablaba con mis amigos de Robert Redford: a pesar de ser un gran actor, está infravalorado, me temo. Quizá por comparación con Paul Newman, con quien sólo hizo dos películas. Newman era visceral y Redford es comedido. No se pueden comparar. No se deben comparar. Es como comparar los estilos de interpretación de, por ejemplo, Marlon Brando (visceral en su juventud, repleto de nervio) y Robert Mitchum (siempre comedido, con interpretaciones llenas de sutileza). Cada cual es grande en su estilo. Robert Redford, por cierto, ha vuelto a casarse. Con setenta y dos años. Y lo ha hecho sin demasiado ruido, en Hamburgo. Una pena que su colega Paul Newman no esté vivo para verlo.
La conversación de la otra noche arrancó con la película “Las aventuras de Jeremiah Johnson”, que he vuelto a ver después de unos años sin revisarla. Compruebo que su estilo y el modo en que está rodada inspiró a muchos otros filmes: “El fuera de la ley”, “Bailando con lobos”, incluso “Brokeback Mountain” o “Hacia rutas salvajes”. Amén de las nociones de libertad, comunión del hombre con la naturaleza y refugio en los bosques y las montañas. El mejor Redford está en ese largometraje dirigido por Sidney Pollack: tenaz, atlético, en forma, perfecto en la piel de un tipo de quien no sabemos exactamente de qué está huyendo, pero sí lo que quiere. Entre los sesenta y los setenta, este actor plagó su filmografía de peliculones, algo que la gente parece olvidar: “La jauría humana”, “Descalzos por el parque”, “Dos hombres y un destino”, “El candidato”, “El golpe”, “Los tres días del cóndor” o “Todos los hombres del presidente”, etapa gloriosa que culminaba entrando en los 80 con la magnífica “Brubaker”. En la siguiente década prácticamente se apartó del cine, pero destacan “Memorias de África” (como actor) y “Un lugar llamado Milagro” (como director). Apunto estos títulos porque las generaciones posteriores a la mía no han visto estas películas y es una pena. De hecho, si le preguntas a un chaval quién es Redford, tal vez sólo sepa decirte que es el que sale con Brad Pitt en “Spy Game”, o el de “El golpe” y “El hombre que susurraba a los caballos” porque las pasan de vez en cuando en la televisión. También es cierto que no se prodiga mucho en el cine y que en este siglo no ha hecho nada rompedor, aparte de su papel en “Spy Game”, que es una puesta al día de las obras de espionaje que protagonizó antaño. Para mí, su última gran película (me refiero a grande de verdad, no sólo entretenida) es “Quiz Show”. Y nos quedamos sin el proyecto en el que estuvieron a punto de participar, otra vez, él y Newman.
Señalo todo esto porque nunca ha ganado el Oscar al mejor actor, aunque tiene uno como director de “Gente corriente”. Con los años, o sea no tardando mucho, Hollywood se sacará de la manga algún premio honorífico, o uno de esos Oscars que dan al final de la carrera de los intérpretes injustamente olvidados. Recordemos que a Newman se lo dieron por “El color del dinero”, en la que está muy bien, pero hizo papeles superiores. En fin, insisto en que es un actor infravalorado, y hay unos cuantos cinéfilos que, me consta, piensan igual. Ya sabemos lo que va a ocurrir. Que el público seguirá olvidándolo hasta el día en que se muera. Como siempre. Entonces sí. Entonces en la tele dirán que “ha muerto el último clásico de Hollywood”, que es el epitafio que añaden a los actores americanos de la tercera edad; y de la noche a la mañana sacarán su filmografía completa en dvd; y en los periódicos harán reportajes especiales. Y todo eso que suele suceder en estos casos.