miércoles, julio 15, 2009

Hora de andar

El sábado me levanto con el cuerpo hundido de trasnochar en la noche zamorana y de dormir poco. Me incorporo, tomo un café y voy a coger un libro para pasar la mañana en el sofá, leyendo. Y entonces me doy cuenta: debería aprovechar mi estancia aquí para dar unos paseos. Es hora de andar. En Madrid detesto pasear porque es difícil acceder a la calma que necesito: cuando salgo por ahí, entre el tráfico, la peña que hace trapicheos, los tipos que me atosigan con su publicidad y el caos propio de la metrópoli, al final no estoy conforme, no estoy a gusto porque paseo esquivando gente. Me recomiendan que vaya al Retiro a caminar, pero para ir al Retiro tengo que tomar el metro y el metro también estresa y quita tiempo, con lo cual estamos en las mismas. La diferencia entre ambas ciudades es notable cuando salgo a la calle a andar. En Madrid salgo a hacer recados, con una meta fija: una librería, Fnac, el supermercado de El Corte Inglés. En Zamora salgo sin una meta, sólo por el placer de pasear, sin estar muy seguro de por dónde iré, aunque siempre termino por el casco antiguo.
De modo que dejo el libro a un lado y salgo a la calle. Cansado, pero contento. Es la manera perfecta, además, para encontrarse con amigos y conocidos. Llego hasta La Catedral. Mi intención es merodear por los jardines del Castillo, ver cómo lo han dejado. Pero aún hay verjas que impiden el acceso. Está cerrado. Alguien me dice que van a instalar cámaras de seguridad. Mejor. En los solares del casco antiguo veo a los gatos. Observar a un felino me proporciona mucho sosiego. Puedo pasar horas observando sus movimientos, su sutileza al desplazarse o saltar. Sergio Leone decía de Clint Eastwood que una de las razones para contratarlo en sus westerns italianos fue porque se movía como un gato. Y es cierto: en esas películas se le nota una manera de caminar que recuerda a un gato callejero paseando por una habitación llena de objetos, con esa habilidad para pasar entre ellos sin rozarlos. Vivir cerca de La Catedral es un privilegio. No tienes las molestias del centro de la ciudad, aunque carezcas de ciertos servicios: pero en Zamora las distancias son mínimas, en eso no hay problema. También doy una vuelta, en esos días, por Valorio.
Paseos matutinos y vespertinos. Sentarse en una terraza del entorno de la Plaza Mayor. A media tarde. A la sombra. Observando a los turistas hacerse las fotos de rigor. Les gusta ponerse delante del Merlú y llevarse un recuerdo para el álbum. Observando el vuelo de las cigüeñas. Y es que yo, a diario, no veo cigüeñas. El ave que veo a diario es la paloma, y la verdad es que ya me cansan. En Muchachada Nui las llaman “las ratas del aire”. Las palomas me cansan porque a veces pasan volando tan cerca que me rozan el pelo o la nariz. Porque ensucian demasiado. Porque no tienen mucho estilo de vuelo, aunque John Woo crea que sí y las meta siempre en sus películas de acción. Para mí la cigüeña simboliza, en cierto modo, la esperanza; quizá por el cuento que nos vendían de niños: lo de la cigüeña trayendo en su pico a los bebés. Por la noche cenamos entre amigos, en buena compañía, disfrutando de una velada casera; también veo cigüeñas por la ventana, volando hacia la parte vieja de la ciudad. Durante la cena, recordamos que en “Conan, el bárbaro” hablan de una ciudad llamada Zamora. Difícil de creer, pero cierto. A mí me gusta ese filme y siempre me ha fascinado la imaginación de los encargados del casting: convirtieron a William Smith (el legendario Falconetti) y a Nadiuska en los padres del joven Conan, que era Jorge Sanz, quien al crecer se convertía en Arnold Schwarzenegger. Puro delirio.