La última (y por ahora segunda) vez que viajé a Londres, había una exposición de fotografías de Annie Leibovitz. Me parece que estaba en torno a Trafalgar Square. Quisimos verla, pero cobraban once libras en la puerta y finalmente pasamos de entrar. No es poco lo que uno se gasta en Londres, sobre todo si se dedica a caminar el día entero por la ciudad, con los consiguientes gastos: desayuno, comida, cena, tentempiés varios, transporte urbano. Creo que esa muestra que no pude ver es la misma que hay en la Sala de Exposiciones de la Consejería de Cultura de la Comunidad de Madrid, en Alcalá: “Annie Leibovitz: Vida de una fotógrafa. 1990 – 2005”. Me acerqué al edificio hace una semana, en domingo, con tan mala suerte que estaban cerrando cuando llegamos. No se me había ocurrido mirar el reloj ni los horarios. Chapaban a las dos y faltaban cinco minutos y el portero no dejaba entrar a nadie. Volvimos al día siguiente, previo vistazo on line a los horarios. Al llegar allí, el portero nos impidió el acceso: dijo que estaba cerrado, que los lunes estaban de descanso. Maldije mi torpeza. No me había fijado en que cierran un día a la semana. Y era precisamente ese. Parecía que estaba destinado a no ver esas fotos. Al final volvimos el martes, a media tarde. Y esta vez sí, y además en Madrid dicha muestra es gratuita.
Suelo tener noticia de las fotos que hace Leibovitz de los actores y actrices y rockeros gracias a que, cuando la contrata Vanity Fair, esas imágenes suelen salir en todos los telediarios. Admito que los retratos que más me han impactado son aquellos en que la fotógrafa retrata al escritor William S. Burroughs. Ya conocía alguno. Pero verlos allí, en grande, con toda la fuerza del blanco y negro y el impacto de la piel llena de arrugas y la mirada de dolor de Burroughs es una experiencia muy diferente. Leibovitz supo captar la mirada de un tipo que ha vivido lo suyo, que ha paseado al filo de abismos que nunca conoceremos del todo por mucho que nos los cuente en sus libros. En la expo se pueden ver sendas fotos de dos grandes: Al Pacino y Robert De Niro. Son fotos individuales, pero están colocadas una junto a la otra. Como debe ser. Pacino en pie, muy elegante, creo que con las manos en los bolsillos. De Niro sentado, como si la paciencia ya no fuera lo suyo, ni siquiera para posar ante la cámara de una de las mejores fotógrafas del mundo. Hay un montón de estrellas bien retratadas por allí (casi siempre en blanco y negro, que favorece más que el color): Mick Jagger, Leonardo DiCaprio, Johnny Depp, Demi Moore y Bruce Willis, Jim Carrey, Scarlett Johansson, Brad Pitt, Nicole Kidman… Y políticos: Bill Clinton, George W. Bush, etcétera. Diríase que incluso la cámara de la artista logra añadirles algo que no tuvieron, al menos el segundo: dignidad. Falta la célebre imagen de John Lennon, desnudo en la portada de la revista Rolling Stone. No está. La expo, por cierto, continúa arriba, en la segunda planta: lo digo porque alguna gente se marchó sin subir.
En la mitad de estas fotos retrata a Susan Sontag, la escritora a la que Leibovitz estuvo unida. Fueron novias. A Sontag la pilló ese astuto e implacable cazador que es el cáncer. Leibovitz estuvo a su lado y capturó el proceso de su caminata hacia la muerte mediante muchas imágenes. Fotos en las que vemos a la escritora desnuda en la bañera, siendo operada, con las cicatrices del postoperatorio, con el pelo corto por la quimioterapia. Y al final: en su ataúd. Y, sin embargo, no hay crudeza en ellas o no son tan morbosas como cabría esperar de un retrato visual de la enfermedad. Tengo la respuesta: están hechas con cariño. Y con mucho amor.