Sí, es imposible creerlo, hasta que un día ves que un barco, no el tuyo (eso no es tan excepcional), sino alguno en las proximidades, salta de pronto por los aires y se hunde antes de que llegues a saber qué le ha pasado. Entonces empiezas a creerlo. En adelante, sales a hacer ese trabajo de ver… lo que puedas ver y lo llevas a cabo con la convicción de que algún día morirás por culpa de algo que no has visto. Al cabo del día, envidias a los soldados, enjugándose el sudor y la sangre del rostro, contando los muertos que han ocasionado, contemplando los campos asolados, la tierra desgarrada que parece sufrir y sangrar con ellos. De verdad, envidias eso. La brutalidad última, el sabor de la pasión primitiva, la feroz franqueza del golpe asestado con la propia mano, la llamada directa y la respuesta clara. Bien, el mar no te daba nada de eso, y parecía fingir que al mundo no le pasaba nada.
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