Paso uno: planteamiento. Un cantante, un escritor, un poeta, un actor empiezan a descollar en lo suyo. Secretamente, con timidez, congregan a su alrededor a un grupo fiel de fans. En pequeños círculos hablan de este o de aquel. Lo que está de moda, en circuitos cerrados, si eres vanguardista y te gusta lo independiente y la gente que no abandona la lucha y se abre camino poco a poco en la música, la literatura, la poesía o el cine y el teatro, es acudir a sus conciertos, sus presentaciones, sus recitales o sus obras en pequeños teatros. Los medios de comunicación, en cambio, rehúsan informar sobre ellos: aún no son tan conocidos como para merecer un hueco en sus páginas o en sus ondas o en sus programas. Poco a poco, el cantante, el escritor, el poeta o el actor van despuntando. Tienen su público, reducido y fiel.
Paso dos: nudo. Un día el asunto se dispara. La fama toca a la puerta. Puede ser por un premio, por alcanzar inesperadamente el primer puesto en la lista de los más vendidos o visitados, porque el famoso de turno lo recomendó en la tele, porque alguien del extranjero se fijó en él. Durante un tiempo los términos cambian, la tortilla da la vuelta: los medios comienzan a enfocar su atención en el cantante (o su banda), en el escritor, en el poeta o en el actor; suman cientos de seguidores; pero sus primeros fans se muestran un poco hostiles, porque “ellos” los descubrieron primero y no les agrada que nadie venga a quitarles aquello que apoyaron desde el principio, así que a la mayoría no le gusta que se estén convirtiendo en figuras de moda. Los medios pasan de ignorarlos a copar con sus caras las portadas de sus revistas y sus periódicos, sus programas y sus entrevistas. Luego llega un tiempo en el que los medios se olvidan y todo se estabiliza: los últimos fans buscan otra novedad y los antiguos seguidores se reconcilian con ellos, y en la prensa o la tele sólo salen de vez en cuando, de manera esporádica. A veces esa estabilidad hace que caigan incluso una temporada en el olvido. Ya son pocos (aparte del puñado de fieles de siempre) los que van a sus conciertos o escuchan sus discos o leen sus libros o acuden a sus recitales o no se pierden sus obras de teatro. En las estanterías de los grandes almacenes, sus lugares han sido ocupados por quienes ahora ganan premios, o son más jóvenes, o venden más.
Paso tres: desenlace. El personaje en cuestión muere. Tal vez muera en el momento en que nadie prestaba atención a sus obras. Quizá en sus últimas actuaciones, recitales o películas congregó un puñadito de fieles, pero poco más. Hacía tiempo, sin embargo, que no grababa un disco, ni publicaba un libro, ni intervenía en una película de éxito. Pero la muerte despierta a la memoria. Los engranajes para ganar dinero cuanto antes se mueven a una velocidad pasmosa. Las discográficas se apresuran a sacar recopilatorios y a rescatar los tracks descartados en otras grabaciones. Las editoriales publican esa antología, o esa poesía completa, que llevaban un tiempo “a punto de publicar”, y los herederos y agentes rebuscan en los cajones, a la caza de cualquier manuscrito olvidado, incluso aunque sea una chorrada que el escritor o el poeta se había negado a publicar en vida. En los festivales de cine y de teatro y en los repartos de premios de ambas industrias recuerdan con dolor al finado. El mercado se llena de obras póstumas. Famosos, petardos y políticos, aunque lo habían dejado en la estacada, asisten a su entierro para decir ante los micros que “se ha ido el mejor”. Todos lo lamentan. Todos aman al muerto: era el músico, el escritor, el poeta de cabecera, el actor favorito del mundo. Y preparan homenajes. Tardíos, claro.