CAJERAS
Nadie las reconoce si no es en el andar
tan poco apresurado con que vuelven a casa
y el reflujo en las ropas de un olor comercial
aún con esa sal triste de las numeraciones
a punto de cuadrar. Y no se sobreponen
-maquillaje abatido y el carmín ya en desorden-
si oyen en el abismo de las últimas calles
chapoteo de cocinas o rechinar de alambres,
y el llanto de unos niños les recuerda que es tarde.
Mujeres ensopadas por la melancolía.
El neón de los horarios difíciles lastima
su pelo con un óxido de bayoneta antigua.
Nadie las reconoce si no es en el andar
tan poco apresurado con que vuelven a casa
y el reflujo en las ropas de un olor comercial
aún con esa sal triste de las numeraciones
a punto de cuadrar. Y no se sobreponen
-maquillaje abatido y el carmín ya en desorden-
si oyen en el abismo de las últimas calles
chapoteo de cocinas o rechinar de alambres,
y el llanto de unos niños les recuerda que es tarde.
Mujeres ensopadas por la melancolía.
El neón de los horarios difíciles lastima
su pelo con un óxido de bayoneta antigua.