Viene Nicolas Sarkozy a España y los titulares se centran en su acompañante: Carla Bruni. El feo y la guapa. “The Bad and the Beautiful”, se titulaba una película con Kirk Douglas y Lana Turner: el malo y la bella. Veo las primeras fotos y me decepcionan un poco: Carla Bruni se ha vuelto pija, con ese peinado propio de una dama. A ella le sentaba mejor el pelo más largo, la chupa de cuero y el rufián a su vera. Lo de rufián lo digo por Mick Jagger, con quien dicen que estuvo liada. No sé qué ha visto Carla Bruni en Sarkozy. Supongo que será muy inteligente. Porque el sexy lo debe tener bajo la suela de los zapatos, supongo. La política lleva aparejada el glamour. Aunque yo no lo entiendo. ¿Usted lo entiende? Si JFK no hubiera sido presidente, sino científico o barrendero, no creo que se hubiera cepillado a Marilyn Monroe. Muchas mujeres empezaron a considerar sexys a Bill Clinton, que tiene cabeza de sandía, y a Felipe González, que se parece a una careta de goma, a partir del momento en que alcanzaron ambos la presidencia. Es así, no me digan lo contrario. No me vengan con tonterías. Seguro que Carla Bruni es el mejor rosco que se ha comido Sarkozy, pero ha tenido que llegar a ello sólo después de ser elegido presidente. También empiezan a ver atractivo a Barack Obama. Si le preguntas a una chica, te dirá que hay negros y mestizos más guapos en mi barrio. Pero no son políticos, les falta el brillo de la celebridad. Eso sí: Obama es más atractivo que el resto de los políticos.
Cuando uno ve el telediario y sale un político español antes y después de un mitin, rodeado por las multitudes, siempre hay dos o tres señoras que lo llaman “guapo”. A voces. Como si estuvieran en los toros: “¡Guapo!” Llaman guapos a Rajoy y a Zapatero. Incluso llamaron guapo y tío bueno a Aznar, que acaba de salir en una revista, en una portada que bien podría titularse como aquella película del cine fantástico español: “El espanto surge de la tumba”, pues en verdad da miedo, el hombre. Yo creo que se confunden las cosas. La velocidad con el tocino. Se confunden las ideas con el atractivo, la ideología con lo sexy, la fama con la belleza, el poder con el magnetismo sexual. Entiendo que un tipo se vuelva atractivo si forma parte de un grupo de rock, aunque algunos músicos empezaron a ligar sólo cuando se subieron por vez primera a un escenario. Lo mismo vale para los actores, los presentadores de televisión o los escritores. Yo he visto a Salman Rushdie, que no tiene precisamente el físico de Robert Redford, en varias fotografías agarrado a unas bellezas que ni él mismo parecía entenderlo. Me dirán que la belleza está en el interior, pero algunos hombres ni siquiera tienen belleza interior cuando no son famosos; quiero decir que no interesan. Léase Sarkozy. Charles Bukowski, que era rotundamente feo, se preguntaba en sus libros dónde estaban antes todas aquellas mujeres que ahora se arrojaban a sus brazos para que las llevara a la cama. Se preguntaba dónde estuvieron cuando era un tipo miserable con agujeros en los zapatos. Tenía que recurrir entonces a las fulanas baratas o a las tías alcoholizadas que encontraba en los tugurios.
Este es un tema que atañe también a las mujeres famosas, ya sea en la política o en el mundo del espectáculo, pues también hay por ahí unos cuantos casos que son para nota (aunque sospecho que, entre nosotros, se da menos: a los hombres nos gusta tanto la joven cajera del súper como la cantante de moda). Mujeres que entran en el ranking de las más deseadas, por ejemplo. Pero prefiero no meter baza, no decir nombres porque uno, después de todo, es un caballero.