Tiendo a desconfiar de esas biografías y testimonios más o menos maliciosos que las viudas y los hijos de los escritores célebres publican varios años después de la desaparición de sus maridos y de sus padres. Cuando el libro sale, uno mira la contracubierta y allí le adelantan que quienes han sobrevivido a esos autores se despachan a gusto, ahora, con los interfectos. Los despojan de su brillo, los retratan como a monstruos, se vengan cuando ellos no pueden defenderse de las acusaciones. No digo que en muchos casos no tengan razón, pero hemos de recelar de las venganzas a título póstumo. Sólo sirven para echar mierda en la tumba de quienes fallecen, y ellos ya no pueden desembarazarse de ella. Existen, sin embargo, algunos casos en los que la viuda trata de arrojar cierta luz sobre el personaje, de iluminar los rincones menos conocidos de su biografía o de aclarar las diferencias entre lo que el hombre escribió y lo que vivió. Por lo general no suelo comprar estas biografías póstumas que empañan el nombre de los muertos y generan amplios beneficios a sus viudas. Me interesó el de Tess Gallagher, “Carver y yo”, y aquí hablamos en su momento del tema.
El otro día encontré en la mesa de novedades de una librería el testimonio de la viuda de Louis-Ferdinand Céline. Ignoraba su existencia (la del libro, quiero decir). Se titula “Céline secreto” y en sus páginas se hace un repaso breve y certero por algunos aspectos de la vida en común de Céline y Lucette Destouches, que así se llamó ella a partir de su matrimonio con el creador de “Viaje al fin de la noche”, esa obra maestra. Lucette demuestra, a veces, cierta mordacidad que le viene muy bien a una dama de noventa y siete años, quien, a juzgar por las descripciones de Véronique Robert (encargada de recoger y ordenar y pulir sus testimonios), es toda una señora elegante y con los pies en la tierra. Lucette asegura que, tras la muerte de Céline a principios de los sesenta, no volvió a ser la misma, que la vida dejó de adquirir sentido para ella. Ya recomendé el libro en internet y quisiera hablar de un punto que hoy sigue arrojando polémica sobre Céline: sus panfletos de contenido antisemita.
Hace algún tiempo hubo cierta polémica en algunos blogs. Un tipo aseguraba que él jamás leería una línea de Céline porque fue un simpatizante nazi. Un poeta y amigo, David González, aseguró que Céline no era nazi ni antisemita, que él se había leído toda su obra, incluyendo cartas y declaraciones ajenas y podía demostrarlo. Yo no buscaba ese tema en el libro de su viuda, pero ella lo menciona. Al parecer, Céline creyó que los judíos iban a provocar la guerra y publicó varios panfletos. Céline se equivocó, y era demasiado testarudo para reconocerlo y aún hoy no se le perdona aquello. Dejemos que sea Lucette quien hable: “Cuando supo lo que realmente había pasado en los campos de concentración, se quedó horrorizado, pero nunca fue capaz de decir: “Lo lamento”. No se le perdonó el no haber reconocido sus culpas y jamás dijo: “Me equivoqué”. Siempre aseguró que había escrito sus panfletos de 1938 y 1939 con una finalidad pacifista, nada más. En su opinión, los judíos incitaban a la guerra y él quería evitarla. Eso era todo (…). He prohibido su reedición y, una y otra vez, he iniciado procesos contra todos los que, por razones más o menos confesables, los han hecho aparecer de forma clandestina, tanto en Francia como en el extranjero”. Es de justicia escuchar a su viuda. A veces la sociedad es incapaz de perdonar los errores. En un periódico del lunes leí este titular sobre Céline y la obra que comento: “Fascistas de vanguardia”. Demuestra que no han entendido nada.