Sam Mendes, director de “American Beauty”, “Camino a la perdición”, “Jarhead” y “Revolutionary Road” y marido de Kate Winslet, ha tendido en Madrid un puente entre actores ingleses y actores norteamericanos y sus diferentes formas de interpretar. Su compañía The Bridge Project reúne dos obras: cada una se representa sólo cinco días. El mismo reparto participa en ambas. Las piezas elegidas las escribieron dos maestros: Anton Chéjov (“El jardín de los cerezos”) y William Shakespeare (“Cuento de invierno”). Cada una dura casi tres horas. Fui a ver la primera de ellas hace una semana. El texto de Chéjov ha sido adaptado por otro grande: Tom Stoppard.
La clave de esta versión está, creo yo, en el reparto. Cada actor ha mantenido su acento para que el público distinga quién viene de Gran Bretaña y quién de Estados Unidos. Los británicos suelen ser más sutiles y comedidos. Los norteamericanos, más viscerales y gestuales. Todos han hecho un trabajo notable. Hablemos de ellos. Ethan Hawke no necesita presentación. He crecido viendo sus películas, algunas me marcaron en su día: “Exploradores”, “El club de los poetas muertos”, “Viven”, “Reality Bites”, “Antes de amanecer” y “Antes de atardecer”, “Training Day”, “Antes que el diablo sepa que has muerto”. Tiene un olfato especial para elegir proyectos. Leí años atrás su novela “Estado de excitación”. Hawke posee talento para resultar tierno en pantalla (y en los escenarios) y, sin que nos demos cuenta del cambio, de pronto sacar las uñas: véase la citada “Training Day”. Sinéad Cusack es un rostro habitual del cine. Eterna secundaria, siempre solvente. Para que se orienten: era la madre de Naomi Watts en “Promesas del este”. Está casada con Jeremy Irons. En “El jardín…” brilla con luz propia. Rebeca Hall es uno de los últimos descubrimientos de Woody Allen: fue una de las chicas de “Vicky Cristina Barcelona”. Su voz es muy característica, pero en España se la asesinaron con ese doblaje que destrozó el filme de Allen, haciendo creer a quienes la vieron doblada que era una mala película; grave error. Aquí está perfecta en su papel de reprimida. Josh Hamilton, prolífico en series de la tele (aunque yo lo recuerdo por su intervención en “Viven”), interpreta a Yasha, un lacayo que abre poco la boca, pero dicta sentencia cuando habla. Simon Russell Beale está considerado como uno de los mejores actores de la escena británica. Yo lo había visto en “Julio César”, junto a Ralph Fiennes, en el Teatro Español. Beale es grande: su acento, su modo de moverse, su manera de interpretar, la sutileza de sus gestos simbolizan la escena británica. Paul Jesson ha trabajado en teatro y televisión. Tiene mucha vis cómica y su rostro, su voz y su porte son el espejo en el que dentro de unos años se reflejará Kenneth Branagh: es una versión de Branagh con más años y más kilos. No olvido a los jóvenes Morven Christie y Tobias Segal. Ni a un intérprete magnífico: Richard Easton. Si han visto “Revolutionary Road”, lo recordarán por el último plano del filme.
La puesta en escena de Mendes viene plagada de pequeños detalles que enriquecen la obra, de matices apenas imperceptibles que nos demuestran la asombrosa destreza del reparto. No se traban en ningún momento, no se equivocan, no parece que interpreten, sino que cuanto se desarrolla sobre el escenario está sucediendo de verdad. Y, como en toda obra de Chéjov, saben reflejar a la perfección ese instante en que las cosas estallan y desencadenan consecuencias irreversibles. Creo que Mendes y el equipo de Bridge han ofrecido una lección absoluta sobre la esencia de la escena. A propósito: cuando representan en Londres, el director artístico es Kevin Spacey.