martes, marzo 10, 2009

Tiempos oscuros

Oportunismo. Veo que en un suplemento cultural reseñan “Watchmen”, el cómic de Alan Moore y Dave Gibbons, y lo califican de “Libro de la semana”. Libro, cómic o novela gráfica, el caso es que data de los ochenta. Pero lo reseñan ahora, aprovechando el tirón de la película y la reedición del original. Han tenido que inventarse un premio nacional del cómic para que las viñetas no estén relegadas a los fanzines y a las actividades de quienes siempre apostaron por la cultura marginal. Lo que antaño las altas instancias y los poderosos que tratan de establecer el canon consideraban cultura menor o cultura basura para freaks, hoy es calificado de alta literatura. Y los lectores de tebeos nos reímos de esto, igual que el pobre se ríe de que ahora las gachas y los garbanzos estén en el menú de los restaurantes más caros, pijos y lujosos. El tiempo pone las cosas en su sitio. Pero a veces no es el tiempo, sino la muerte, que da beneficios. No se había enfriado el cadáver de Pepe Rubianes, a quien se llamó en vida de todo menos guapo, y ya lo estaban llamando “maestro” en los periódicos y en las grandes superficies ya tenían una caja en venta: el pack de Pepe Rubianes con lo mejor de su trayectoria en dvd. No se asusten: los títulos que van dentro ya existían en el mercado; lo que han hecho es meterlos aprisa en una caja (lo mismo que con su cadáver, supongo). Todo esto para lo que ya sabíamos: que es mejor vivir y no vender. Sé que siempre doy caña con el oportunismo. Y ahí va otra: han tenido que adaptar a Scott Fitzgerald otra vez para que salgan al mercado varias ediciones y antologías de sus cuentos (yo he contado tres o cuatro de estas ediciones), siempre con la faja que avisa de la inclusión del cuento “El curioso caso de Benjamin Button”.
Hambre. Veo en un telediario que ha aparecido un señor metido en un maletero. Era un joyero. Fue en un pueblo de Toledo. Lo ataron, robaron su muestrario, lo metieron en el coche y prendieron fuego. Estamos hartos de la crisis y de oír hablar de la crisis, pero no sólo trae parados: también acarrea más locura, más latrocinios, más salvajadas y por supuesto más hambre. Me contaba mi vecina que compró en el súper una caja de huevos con precinto. Cuando llegó a casa y la abrió, vio que faltaba un huevo. Alguien había hecho un agujero en el cartón, por la parte inferior, y se lo había llevado. Hay que estar muy hambriento para robar un huevo, pero es de los pocos productos que no pitan al pasar por el detector. Otro día vi un reportaje sobre gente que espera junto a los contenedores de los supermercados. Cuando los empleados salen con las bolsas de basura, se abalanzan a por los desechos. Esta imagen no es sólo fruto de la crisis. Ya la conocíamos. La diferencia es que hoy no son sólo los mendigos quienes comen de las basuras, sino también gente de clase media y baja.
Mala educación. En la última película de Clint Eastwood, “Gran Torino”, hay una escena en la que, sentado en el porche de su casa, Kowalski (su personaje) ve que a una señora se le cae la compra al suelo. Tres chavales pasan a su lado y, en vez de ayudarla, se burlan. Kowalski se pregunta qué les pasa a los jóvenes de ahora. Justo cuando se incorpora para ir a ayudarla, su vecino adolescente va a echar un cable a la mujer. No todo está perdido, pues. Hay una mínima esperanza. Pero ya no se trata sólo de jóvenes. Yo estoy harto de encontrarme a tíos talluditos meando a la luz del día, delante de todo el mundo: en las ruedas de los coches, en los contenedores de papel, en las jardineras, en los portales. A veces, mientras orinan, escupen al viento. Estamos en otro siglo, pero cada vez hay menos respeto y más mala educación.