Vuelvo a mi ciudad y repito mis actos de siempre. Veo las mismas calles, los mismos bares, las mismas caras. La visita a mi peluquería. La rutina habitual: salir de noche hasta que el cuerpo aguante, hasta que den las cinco o las seis o las siete de la madrugada y a la mañana siguiente me arrepienta. A veces me siento como en “Atrapado en el tiempo” o “El día de la marmota” (su título en inglés). Pero no me quejo: es justo lo que quiero. Necesito volver a Zamora de vez en cuando para instalarme en una rutina de fin de semana que me gusta: me gustan mis bares de cabecera, las caminatas por los mismos lugares, la lectura sosegada en el sofá, el regreso en la noche cuando ya no queda gente por ahí. Siempre que lo hablo con algunos de los zamoranos que viven en Madrid dicen más o menos lo mismo: no regresan allí en busca de nuevas emociones, sino para repetir un patrón de conducta. Para comerse unas patatas bravas por la tarde, para dar un garbeo y encontrarse a conocidos sin necesidad de utilizar el metro o el coche, para regresar a los garitos donde no hay garrafón y el precio de las copas no es abusivo.
Cada vez que vuelvo es como si, en vez de haber estado fuera uno o dos meses, me hubiera ido un día. La prueba está en que apenas cambian las cosas, en que la vida no parece avanzar allí. En casa ocurre igual: dejo una película en un estante y dos meses después sigue en el mismo sitio. Y entonces me maravillo: parece que fue ayer cuando me piré. No parece haber pasado el tiempo. No se registran demasiados cambios. Es curioso comprobar el baile de parejas: ves a la misma gente, pero éste ya no sale con aquella, sino con esa otra a la que conoces de vista. Y la ex del primero se va a casar con aquel tipo al que conoces de siempre, o cuya cara te suena aunque nunca os hayan presentado. Es un decir: no hablo de nadie en concreto, no sean malpensados. En esta ocasión no he pasado por Santa Clara, pero cuando lo hago suelo ver una situación que se repite: a uno de los músicos gemelos, tocando ahí como si el tiempo no transcurriera. Se habla de la crisis en la ciudad, pero yo veo las cosas parecidas. Un zamorano, mi colega David Refoyo, lo escribió en su blog: “Aquí no se nota la crisis pues nunca hubo buenos tiempos”. La provincia no ha cambiado mucho con la crisis. Lo que ha ocurrido es que el resto del país se ha colocado a la altura de Zamora, que nunca fue tierra de riquezas ni de grandes repartos ni de oportunidades.
En esta última visita la ciudad me ha recordado a esos pueblecitos que salen en algunas películas americanas: agradables, pequeños y pacíficos, donde todos se conocen y no se producen cambios muy importantes. La localidad a la que va a parar el protagonista de “The Majestic” tras su accidente y su pérdida de la memoria. O la ciudad de “Pleasantville”, donde el conjunto es perfecto. También me recuerda a Espectro, localidad ficticia que aparece en “Big Fish”, ese grandioso filme de Tim Burton. El héroe, Ed Bloom (Ewan McGregor), llega a un pueblo llamado Espectro. Allí todo es tan perfecto que sus habitantes no quieren salir del lugar. Por eso se quitan los zapatos y los lanzan a los cables del tendido eléctrico. Si buscan información sobre la película en Google verán que Espectro es descrito por los analistas como “un paraíso aburrido”. Quienes viven allí suelen decírmelo: se está muy bien, es una ciudad cómoda, hay calidad de vida; pero a veces es aburrido. No se puede tener todo. No creo que ninguna ciudad lo tenga. Espero que a nadie le parezca mal la referencia a Espectro: es más un halago que una crítica.