El jueves pasado conocí en persona a Francesco Spinoglio, escritor de veintitantos años con quien llevo carteándome un tiempo. Fue en el Círculo de Bellas Artes, donde presentó su última novela a los medios. En ese edificio soplan un euro por entrar, pero gracias a la categoría del acto (rueda de prensa) no nos cobraron. Francesco iba acompañado por el profesor Aldo Ruffinatto, catedrático de literatura española en la Universidad de Turín, donde es una eminencia. El profesor ha escrito el prólogo del libro y se desplazó desde Italia para la rueda de prensa y, unas horas más tarde, para la presentación del mismo en el Instituto Italiano de Cultura. La novela se titula “Camino de la gloria” y ya la he leído. La publica Ediciones de la Tempestad. Al salir crucé unas palabras con el editor, que antaño tuvo a dos autores zamoranos en su catálogo (José María Lebrero y un servidor).
El acto estaba anunciado a todos los medios. Y cuando digo todos los medios incluyo a la prensa no sólo de Madrid, sino también de provincias. Pero allí sólo estábamos representantes de cuatro o cinco periódicos. Suele pasar. Tienes que invitar a los periodistas a desayunar o darles vino con la merienda o llevarles a un tío muy famoso para que la sala se pete. Es así. Yo acudí por amistad con Francesco, que es un tipo franco y directo. Se nota en la novela y también se notan los autores que le han influido: principalmente John Fante, y Bukowski, Pirandello, Cervantes, Quevedo. El profesor Ruffinatto habló de la picaresca en el autor. Su prólogo se titula “Un pícaro italiano que habla español”. Dijo que Francesco hace un uso muy particular de la picaresca, pero dándole una dimensión realista. El libro es más o menos autobiográfico y cuenta las andanzas de Tommaso Rossi, un joven que un día decide cambiar los aires de un pueblo de Turín por las calles de Madrid y, luego, de Sevilla. El autor habló de su experiencia. Hace años, habiendo leído “Don Quijote de la Mancha” en castellano, decidió venirse a vivir a España. Un aprendizaje nada fácil: meterse en trabajos esporádicos y procurar escribir en los ratos libres. Contó Francesco que la novela de Cervantes era la única que entonces había leído en español, y que luego se dedicó a leer a los pícaros del Siglo de Oro e iba por Sevilla hablando como ellos: con mucho uso de “Vuestra merced” y demás expresiones arcaicas. Hasta que alguien le dijo algo del estilo a: “Chico, vuelve a este siglo. En España ya no se habla así”.
Siento admiración por quienes hacen la maleta y se van solos a vivir a otros países, sin un futuro asegurado y dando el salto al vacío. Pero aún admiro más a quienes deciden adoptar en sus escritos la lengua del país al que se mudan. Lo hizo Sergei Dovlátov: pasó de escribir en ruso a escribir en inglés desde que se fue a USA. Lo hicieron otros muchos: Nabokov, Felipe Alfau, Edward Limónov… Así que él aprendió a escribir en castellano. No demasiado satisfecho con su primer libro, Francesco decidió escribir una historia personal partiendo del influjo de uno de los mejores: John Fante y sus novelas sobre el aprendizaje vital. Y así obtuvo una prosa directa, un estilo sin pelos en la lengua, que culmina en un giro que demuestra, como en su autor de cabecera, que las personas son más importantes que la literatura. Italiano en España influido por la picaresca y la literatura americana: la mezcla funciona. Me interesó mucho su visión del trabajo en este país. Una visión realista de trapicheos, anuncios engañosos, tíos con traje que creen que han triunfado y demás mierda que tragan quienes van saltando entre trabajos esporádicos mientras buscan su lugar en el mundo.