Así que tuve que esperar hasta las once, ocho horas aniquiladas en los cafés cercanos a la estación. Me dirigí hacia unas vías muertas, donde las cocheras, y en un baño logré extraer algo de papel higiénico de un grasiento cilindro expendedor. Por lo menos ahora podría escribir una carta a los guardafrenos de la Southern Pacific Railroad, convertidos ya en maestros ferroviarios, e informarles de cuán distintas son las cosas aquí, lo cual supongo les sonará a sucia retórica de tarjeta postal pero es la verdad, como también es verdad que he perdido seis kilos completando a la carrera –maleta a rastras– la milla que separa el restaurante de Ulysse Lebris de la estación. Pero bueno, acabo dejando el equipaje en la consigna y decido consignarme a la bebida durante ocho horas.
Pero al sacar la llave de mi maletita Macrory (en realidad es una Monkey Ward), me doy cuenta de que estoy demasiado borracho e ido para acertar a abrir el candado (y hacerme con los tranquilizantes que, no me negarán ustedes, empiezo ya a necesitar).
Pero al sacar la llave de mi maletita Macrory (en realidad es una Monkey Ward), me doy cuenta de que estoy demasiado borracho e ido para acertar a abrir el candado (y hacerme con los tranquilizantes que, no me negarán ustedes, empiezo ya a necesitar).
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En este libro, por primera vez traducido en España, Jack Kerouac cuenta su viaje a París y a Brest en busca de sus orígenes bretones: su nombre real es Jean-Louis Lebris de Kérouack. El resultado es una obra rara, anárquica, imperfecta, en la que el autor va apuntando pensamientos, encuentros y vicisitudes. En París experimentó un satori o iluminación. En tierras francesas habla con la gente: camareros, taxistas, botones, cocineros, compositores, mujeres guapas... Y demuestra por qué su estilo es único, por qué sus admiradores disfrutamos leyendo sus libros: aquí están el ritmo, la frescura, el entusiasmo de ese viajero loco e incansable, la fluidez de su prosa. Kerouac es música de garito lleno de humo, es el camino y es la libertad. Publicado por Ediciones Escalera, incluye un prólogo de Antonio Bordón. Y no me olvido del traductor, Daniel Ortiz, que ha logrado ese ritmo peculiar que encontramos siempre en las traducciones de otros libros del autor.