Tengo observado que, en las librerías de viejo, en los videoclubes de segunda mano, en los puestos callejeros, a los vendedores les encanta pegar la hebra. Te aconsejan. Te preguntan qué es lo que te gusta. Algunos de ellos incluso te cuentan algo de su vida. A mí no me disgusta, pero se me hace raro porque me cuesta abrirme a los demás, sobre todo si son desconocidos y no hay confianza. A muchos de estos vendedores les encanta opinar. Compré una vez “Reservoir Dogs” en El Rastro y el tipo insistía en que era muy buena. A mí me lo iba a decir, que la vi en el cine en un estreno casi de tapadillo. En Zamora sólo se proyectó un día. También la vi en Salamanca. El año pasado encontré en otro videoclub de segunda mano una copia de “Heat”, que me flipa. El vendedor dijo: “Esta es muy buena, ¿la ha visto?”. Pues claro que la he visto, buen hombre. No me recorrería los videoclubs de la zona en busca de una película que no he visto. El otro día íbamos de paso por Malasaña, a hacer recados. Estaban abiertos los tenderetes de la plaza donde venden discos viejos, libros, colgantes y películas en dvd. Encontramos un librito en el que George Harrison habla del mantra y el tipo empezó a hablar del ejemplar. Que tenía que venderlo un poco más caro. Que era una rareza. Que había despachado ya un par de ejemplares. Que era un título que no se veía todos los días. Que lo entendiéramos. Lo entendemos, no se apure.
Por lo general es gente muy abierta, simpática. Tratan a diario con el público, pero también pasan varias horas sin hablar, mirando su mercancía o al personal que pasa por delante porque no siempre se acercan los curiosos. A muchos de ellos se les notan las ganas de conversar, de compartir. En esos mismos puestos donde topamos con el libro de George Harrison vi una copia en dvd de “El hombre tranquilo”, ya descatalogada. Llevaba buscándola no sé cuánto tiempo porque es una obra maestra de John Ford y un título imprescindible. La mujer que la vendía dijo: “Ay, es mi película favorita”. Y se puso a hablar de las veces que la había visto. De las veces que se la ponía a sus hijas para que la vieran y luego para que la redescubrieran. La tuvo en vhs y la veía. Luego consiguió la copia en dvd y la revisa cada poco. Pero, si la pasaban por televisión y ella estaba en casa, volvía a verla. Argumentó que era una película que siempre le hacía sonreír. Que, si estaba triste, le bastaba con verla de nuevo para recuperar la alegría. El cine como medicamento. Eso hacía Guillermo Cabrera Infante. Lo dejó escrito. Cuando lo acosaban las depresiones y el insomnio, se pasaba la noche viendo tres clásicos, uno detrás de otro, y se recuperaba. A mí me sucede a menudo: no lo de pasar la noche viendo películas, sino lo de recuperar el ánimo tras verlas.
El otro día fui a alquilar un dvd a un videoclub del barrio. Confieso que me he hartado de la mula y de los programas de intercambio porque al final es una lata: las películas pierden calidad en el ripeo; si quiero verlas en versión original, me toca bajar un archivo de texto que sólo el Gom Player o el BSPlayer pueden incorporar; cuando meto un dvd con varios archivos en el reproductor doméstico, éste se atasca y no los lee; y no me entusiasma ver cine en la pantalla del ordenador. El caso es que fui a coger “Spider” y el tío me dijo que en su base de datos constaba que ya la había alquilado tres años atrás. No importa, le dije, quiero verla otra vez. Me contó que no era de las que más le gustaban. El día anterior entré en otro videoclub y el vendedor había puesto la banda sonora de “West Side Story” y estaba cantando las canciones a grito pelado, mientras yo buscaba entre los anaqueles. Luego empezó a hablarme.