En la edición digital de este periódico hay una galería de imágenes cedidas por el Archivo Histórico Provincial y la Subdelegación del Gobierno sobre la tragedia de Ribadelago, de la que se cumplen cincuenta años. Les aconsejo que no se la pierdan. Para mí es una exposición. Una exposición virtual. Me gustaría ver esas fotografías al natural, en un museo o en una sala de muestras. En el Museo Mapfre de Madrid han abierto, como comenté el otro día, una retrospectiva del fotógrafo norteamericano Walker Evans. También aconsejo que la vean si viven en la capital o están de paso, y que entren en la web de la Fundación para echarles un vistazo. En ambas muestras encuentro puntos en común: la miseria, la pobreza de la gente rural de antaño.
Un gran número de imágenes de la expo de Walker Evans pueden verse en la web de Mapfre. La mayoría son más grandes que las fotos auténticas que exhiben en el Museo. Son fotos hechas en gelatina de plata y provienen de colecciones particulares. Algunas de ellas son tan microscópicas que varios visitantes pegaban tanto la nariz a las fotos que daban la impresión de ir a estamparles un beso. Los visitantes y los internautas sabrán reconocer algunas en cuanto las vean. Son célebres, por ejemplo, la titulada “Ciudadano en La Habana”, fechada a principios de los años treinta, que algunas editoriales han utilizado como portada para sus libros (tengo por ahí “Amanecer con hormigas en la boca” y esa es la imagen de portada); o “Granjero arrendatario de Alabama”, una de las imágenes más conocidas de Evans. La muestra recorre varios períodos en los que Walker Evans viajó por el mundo: Nueva Orleans, La Habana, Virginia, Atlanta, Nueva York, etcétera, y en sus fotografías recogió paisajes, letreros de tiendas de carretera y de gasolineras, puentes, rascacielos y barberías de los barrios negros, pero sobre todo destacó por sus retratos de la gente. Pasajeros del metro. Hombres de los suburbios sentados ante las tiendas y las casas de sus zonas. Transeúntes. Indigentes. Trabajadores. Músicos callejeros. Quizá sus retratos más famosos o más reputados son los que ofrecen una estampa de la miseria de los jornaleros del sur en los años de la Depresión. De ahí surgió el libro “Elogiemos ahora a hombres famosos”, con James Agee, que mencioné el otro día. En dichas fotos se capta la dureza de las facciones de quienes trabajan en el campo y sufren las penurias económicas. Se capta la miseria. Vemos habitaciones de casas de madera, donde viven familias enteras de granjeros, y en las que observamos las viejas estufas, las jarras de latón, los cazos y las sartenes que se adivinan ennegrecidos.
Esa pobreza aldeana también la observamos en la muestra digital que citaba al principio. Las fotos de la tragedia de Ribadelago que más me han interesado son aquellas que muestran a los supervivientes. Mujeres con pañuelo en la cabeza que sostienen a sus hijos en brazos. Rostros congestionados por el daño y las pérdidas que ha ocasionado la tragedia. Niños asustados. Familias que posan juntas: notamos incluso la vastedad de sus ropas. Hay una (y es la que encabeza la web donde podemos ver las fotografías) que parte el corazón: retrata a una niña de pie entre el barro y los escombros. En su mirada está el resumen de todo el reportaje: miseria rural, tragedia y dolor, desamparo. La galería, por cierto, se titula “Cincuenta aniversario de la tragedia de Ribadelago”. Es un documento que complementa los documentales y reportajes que hemos podido ver en días pasados en televisión.