Durante el mes de enero al menos dos noticias sobre Zamora han aparecido en casi todos los medios de comunicación del país. El aniversario de la tragedia de Ribadelago y la XXIV Cumbre Hispanolusa. Del primer acontecimiento hemos leído reportajes en la prensa nacional y visto informes y documentales en la tele. No sé si los actos de conmemoración, con Ribadelago iluminado por focos en una noche de cellisca, aparecieron en los periódicos. Lo de la Cumbre entre España y Portugal, celebrada en la Fundación Rei Afonso Henriques, contó con varias “celebrities” de ambos países. Quizá lo más sonado haya sido la presencia de José Luis Rodríguez Zapatero en Zamora, cuya llegada fue recibida por un par de manifestaciones de diferente reivindicación. Podríamos citar lo del arsenal incautado, pero la primera noticia la tuvimos en diciembre, o sea que el resto no cuenta. Así que, en apenas unas pocas semanas, la ciudad ha copado el espacio de las noticias en varios medios. Entendiendo esto en relación al consumo de informaciones en estos tiempos: las noticias nacen y mueren casi el mismo día, y a la mañana siguiente ya nadie se acuerda de cuanto ocurrió en la víspera. Consumimos información a velocidad de vértigo.
Dado que Zamora ha estado presente en las cabeceras de los noticiarios en un par de ocasiones, en enero, es de suponer que no volverá a ser mencionada o atendida o reseñada hasta dentro de un par de meses, o hasta que llegue la Semana Santa y sus calles y su nombre vuelvan a comparecer en los telediarios y en los suplementos de viajes de diversos periódicos y revistas. Esto que digo puede parecer, a simple vista, una tontería. Pero no lo es tanto. Los focos de atención (me refiero al nivel nacional) se interesan por esta ciudad muy pocas veces al año. Suele ser por culpa de sucesos sórdidos: asesinatos, tiroteos, hallazgo de un arsenal ilegal, algunas de las tragedias relacionadas con el río y poco más. Desde fuera se puede tener la impresión de que en Zamora sólo pasan cosas malas, o se puede creer que la ciudad está gafada. Y es una pena que así sea porque, creo recordar que ya lo mencioné hace tiempo, allí también ocurren cosas buenas, asuntos dignos de mención, noticias que deberían salir de los límites de la provincia. Pero dichos sucesos no golpean, no atraen tanto a los lectores, y, ya lo sabemos: lo bueno no suele ser noticia, o pocas veces lo es.
Tal vez quienes vivan en la provincia no se den cuenta de algo: para quienes vivimos fuera de Zamora, la ciudad existe en los medios en cinco o seis ocasiones al año y el resto del tiempo desaparece. No figura. No cuenta. No aparece. Es como una montaña rusa: los vagones pasan más tiempo arriba y abajo del todo que en el medio, pues es en los extremos donde los trenes vacilan durante unos segundos, donde tienen importancia y no corren tanto. Lo que ocurre con esta ciudad respecto a los noticiarios nacionales es similar a esas atracciones de las barracas de feria en las que los visitantes podían medir su fuerza. Las habrán visto en las películas. Golpeaban con un mazo y el medidor subía como una bala hasta arriba (porque solían probar los más fuertes; los débiles de mi calaña preferimos dejarlo estar). Después caía a plomo. Zamora es eso, por desgracia: o está arriba, en lo más alto de los focos de atención, o está abajo, donde no se tiene noticia de ella y parece que no existe. A menudo busco noticias en los medios nacionales sobre mi ciudad. No las hay, salvo en dichas excepciones: noticias rotundas o malas o en las que aparezca la sangre.