Hace unos días escribí sobre la educación y sobre un libro de Daniel Pennac en torno a sus años como alumno y, más tarde, como maestro: “Mal de escuela”. En aquella narración Pennac nos contaba su manera de afrontar los casos de alumnos difíciles. La publicación fue un éxito de crítica y de ventas. François Bégaudeau, profesor, escritor y periodista y autor de varios libros, publicó también una historia basada en sus experiencias en las aulas: “Entre los muros”, cuyo título en España ha sido cambiado por “La clase”. Bégaudeau enseñó Lengua en un instituto de uno de esos barrios marginales de París donde se mezclan las razas y la pobreza. Un curso le bastó como ejemplo para la narración. Se convirtió en un éxito. Aún no he leído “La clase”, ya disponible en las librerías, pero he disfrutado con la película que se inspira en el mismo, estrenada el viernes pasado. Obtuvo la Palma de Oro en el Festival de Cannes, con un jurado presidido por Sean Penn.
El director de cine Laurent Cantet quería rodar una película sobre los institutos y el material de Bégaudeau le atrajo: “Muy pronto decidí que toda la película debía transcurrir dentro del instituto. Pero yo quería demostrar que los institutos son como una caja de resonancia; un lugar que se hace eco de los acontecimientos; un microcosmos donde entran en juego cuestiones de igualdad o desigualdad de oportunidades, de trabajo y de poder, de integración cultural y social, de exclusión”. En la web de Golem, distribuidora del filme, se puede encontrar un interesante documento en pdf en el que director y escritor charlan acerca de este proyecto. Uno de los aspectos más curiosos de la película es que el propio profesor se interpreta a sí mismo. Cambian su apellido por Marin, pero la esencia queda. Bégaudeau tiene fuerza en la pantalla. Los alumnos tampoco son actores profesionales. Las cámaras jamás salen de entre esas cuatro paredes del instituto. Y el estilo empleado por el director es algo así como ficción documental. Similar a lo que ha hecho Ken Loach en algunos de sus trabajos. Con estas premisas (actores no profesionales, ambiente claustrofóbico, estilo documental) alguien podría pensar que el filme es soporífero, que cansa o que no engancha. Todo lo contrario. “La clase” es una película rompedora. Necesaria. Que mantiene en todo momento la tensión entre unos alumnos problemáticos y un profesor que prefiere optar por el diálogo y la comprensión antes que por los castigos.
En “La clase” el profesor escucha a los muchachos. Luego les corrige si yerran, polemiza con ellos y se presta al debate. A veces aquello supone una pérdida de tiempo, pero Bégaudeau sabe que los alumnos, a menudo, sólo necesitan expresarse, hacerse entender. El método funciona a veces. Porque la película no toma partido por nadie y presenta las conclusiones que se dan en la realidad: algunos alumnos salen adelante y otros no. El profesor comete errores y aciertos. Especialmente reveladora me pareció una de las últimas secuencias, cuando pregunta a cada alumno qué ha aprendido. Está la chica que dice que los libros recomendados en el instituto son malos, y le sorprende diciendo que en su casa ha leído “La república” de Platón. Está el chico que confiesa haber aprendido mucho. Y la alumna que dice que no ha aprendido nada. Que tampoco entiende nada. Cantet mantiene esa tensión entre profesor y alumnos, con conflictos incluidos (peleas, disputas, acusaciones, rumores) y la impotencia que sienten los educadores al enfrentarse a una auténtica jauría de muchachos perezosos, sin valores y sin conciencia de su responsabilidad.