Lo mejor. El cambio que supuso la anterior entrega de James Bond, “Casino Royale”, le dio impulso a una saga con ciertos síntomas de agotamiento. La elección de Daniel Craig como el 007 más duro y más preparado físicamente (seamos justos: Roger Moore o Pierce Brosnan no tenían cuerpo de hombres de acción), y mejor actor que otros intérpretes de Bond (salvo Sean Connery), fue el primer acierto. Partir de cero supuso otra virtud. Y también lo fue la humanización del personaje: por fin sangraba, podía enamorarse y sentir otras emociones. Esos cambios persisten en esta nueva cinta de Bond, “Quantum of Solace”: el agente sigue sangrando, es ágil y veloz como un gato en los tejados y ha cambiado el amor por el odio y la venganza, pero continúa siendo humano. Esa ruptura con el pasado se agradece. El reparto aporta solidez: a la presencia imprescindible de Craig, sumamos el oficio de Judi Dench, de Giancarlo Giannini y de Jeffrey Wright, que ya aparecían en “Casino Royale”, y las nuevas incorporaciones: las chicas y los villanos, entre ellos Mathieu Amalric, gran actor desaprovechado en un personaje demasiado plano. Además, se trata de una secuela. El argumento guarda relación con la película anterior porque Bond pretende vengarse y encontrar a los culpables de la muerte de la mujer de la que se enamoró. E incluso arranca justo donde termina “Casino Royale”, algo insólito en un filme de 007.
Lo peor. No queda muy claro el título. Los productores lo tomaron de un relato de Ian Fleming, pero la historia no tiene nada que ver con el resultado final. Quedan cabos sueltos, por culpa de elipsis mal resueltas o poco esclarecedoras. Al ser una secuela, hay que tener “Casino Royale” fresca en la memoria. Las escenas de acción son numerosas y resultan confusas, y esto es culpa del director, Marc Forster. Una cinta de estas características requiere un director más o menos especializado en cine de acción, como lo fueron Martin Campbell o Lee Tamahori. Forster viene del drama, de hacer películas que compiten en los Oscar. El resultado es que hay una descompensación entre las escenas de lucha y las conversaciones (Forster resuelve mejor estas últimas). Se echa en falta más diálogo. Ninguna secuencia posee la tensión de la partida de cartas de “Casino Royale”. El tema principal carece de garra. Forster no se contenta con mantener los cambios del personaje del anterior filme, sino que los lleva un paso más allá y eso juega en su contra. Por ejemplo: la inclusión del tradicional plano de 007 disparando a la cámara al final y no al principio, como es costumbre; pensábamos que, tras desaparecer en “Casino Royale”, volverían los personajes de Q y Moneypenny, pero no es así; 007 no dice la frase “Me llamo Bond, James Bond”; y apenas hay ecos del tema instrumental de siempre. Y, lo peor de todo: que copien el estilo de las películas de Jason Bourne. No hacía falta: Bond tiene más estilo y carisma que Bourne.
Conclusión. El tema que suena al principio, y que cantan a dúo Jack White y Alicia Keys, es una especie de metáfora de lo que el espectador va a ver a continuación: un globo que se desinfla. La canción arranca con fuerza y promete más de lo que luego da. Hacia la mitad se cae y uno entonces sabe que no está escuchando un tema legendario. Intuye que pudo dar más de sí. Esa misma sensación le queda a uno (al menos a mí) tras ver “Quantum of Solace”. Empieza bien gracias a lo introducido en “Casino Royale”, o sea, Craig, su 007 humanizado, duro y peligroso, la manera de desarrollar el personaje y la desaparición de los aspectos infantiles que explotaron en otros títulos; pero después se cae y decepciona un poco.