Recibí un correo electrónico que incluía un link a un blog de música donde ponían a parir a Vetusta Morla. Me lo envió un colega que adora a esta banda tanto como yo. Juntos estuvimos en uno de los mejores conciertos del grupo: cuando tocaron hace tiempo en el Ávalon Café de Zamora (hay gente a la que le molesta que nombre al Ávalon y no cite otros bares donde también programan conciertos: con su pan se lo coma). La crítica rebosaba tanta mala baba que no quise leera entera. Dos días antes habíamos hablado de este mismo tema al calor de la barra de un bar: bandas como Vetusta Morla, que llevan años en la sombra, batiéndose el cobre, luchando por un hueco en el panorama musical, con unos cuantos seguidores a sus espaldas, y el modo en que, cuando por fin consiguen el éxito o una parte del éxito, los elogios de muchos seguidores se convierten en críticas. Se les reprocha que estén “hasta en la sopa”, que sus canciones suenen en la radio, que gusten al personal. Ocurre con muchas bandas. Gente que defiende a muerte sus discos y su trayectoria cuando apenas los conocen en su casa se termina ofendiendo cuando dichas bandas alcanzan la fama. Entonces llegan los comentarios de siempre: que si antes molaban más, que si se han vendido, que si la fórmula comercial, que si esto y lo otro, que si tal y cual. Creo que sucede lo mismo con La Sonrisa de Julia. La otra noche hablamos de tales bandas.
Después de leer aquella crítica entré, como es habitual cuando me conecto a la red, en uno de mis blogs de cabecera: el Moleskine Literario de Iván Thays. Llevo mucho tiempo siguiéndolo, pero Thays se ha hecho más famoso ahora gracias a dos golpes de fortuna y trabajo duro: la inclusión de su bitácora en el portal El Boomeran(g) y la publicación de su última novela en Anagrama gracias a que el texto fue finalista del Premio Herralde. Antes de todo esto, pocos lectores escribían en los comentarios del Moleskine. Ahora que Iván ha subido unos peldaños en esta cuestión tan esquiva como es la fama, es cuando algunos lectores se ofenden porque él recoge en el blog noticias que giran en torno a su libro y porque ha alcanzado protagonismo. En uno de sus últimos post colgó el correo electrónico que un fiel lector le había escrito. El lector estaba ofendido porque él se daba autobombo, porque iba recopilando las críticas, las reseñas y las entrevistas que este nuevo libro está originando. Thays, en respuesta, dijo algo que aplaudo y respeto: que se trata de su blog, que es su espacio y que es él quien lo administra. Copio un fragmento: “(…) este es mi blog personal y así como coloco las noticias que me interesan, también hablo de mis depresiones, de mis amistades, de mi hijo, de mis amores reales y platónicos, de mis viajes y por supuesto de las cosas que salen sobre mi novela”. Por alguna razón que se me escapa, hay lectores que no terminan de comprender que tu blog es como tu casa, y en tu casa mandas tú y quien no se atenga a esas reglas no debería volver a entrar. La libertad está del lado de quien administra su espacio y dedica varias horas del día a mantenerlo.
Pero todas estas cuestiones, a mi juicio, sólo evidencian una cosa: que la envidia florece por doquier cuando la buena suerte y la fama llaman a la puerta de un individuo. Gran parte del público sólo está satisfecho con aquellos a quienes admira cuando esas personas están en el fango, cuando sus obras no ganan dinero o nadie las conoce. Luego, cuando reciben premios o son finalistas o sus canciones salen en la radio, muchos de esos seguidores se ofenden. Quizá no recuerdan que todos necesitamos comer, y que no se come del aire ni del aplauso de tres personas.