Leí “Bitch”, novela gráfica del ilustrador y dibujante Miguel Ángel Martín, en un par de ratos. Este volumen recoge la serie que publicó en El Víbora hace tiempo. “Bitch” es el nombre con el que firma sus graffitis una joven. Leo una entrevista con el autor y dice que el personaje está inspirado en una amiga suya de Valencia. Por esta recuperación en un único tomo ha apostado la editorial La Cúpula, que siempre tiene apuestas interesantes en su catálogo: cómics marginales, vanguardistas, políticamente incorrectos, como lo son el propio Miguel Ángel y su universo de criaturas raras. Para comprender a este autor en todas sus dimensiones hay que haberse leído, como mínimo, a William S. Burroughs. Es el mundo de Martín un territorio escurridizo, retorcido, grotesco, futurista, con paisajes fríos y personajes hostiles. Una vez le pedí una foto para colgarla en un blog. Me envió un autorretrato, el que suele verse por ahí, en la red: un hombre con un rotulador en la mano, con camisa y corbata, pero con la cabeza cubierta por una máscara antigas. Lo cuento porque da una ligera idea de cómo las gasta Miguel Ángel. En “Bitch”, que acaba de publicarse, hay un recorrido por diversos temas sociales, siempre de actualidad: el racismo, la xenofobia, la antiglobalización, las pintadas callejeras, las manifestaciones, etcétera.
Este es sin duda uno de los años de Martín. Ha hecho la portada de varios libros (y los que vendrán). Ha expuesto en Vitoria y en Roma y estos días lo hace en San Sebastián con la expo “For your pleasure”. El mes pasado publicaron la antología “Hola, mi amor, yo soy el Lobo… y otros poemas de romanticismo feroz”, con poemas escogidos de Luis Alberto de Cuenca, y Martín no sólo ha ilustrado la portada, sino que ha hecho numerosos dibujos en las páginas interiores, que acompañan a los textos y suponen una buena muestra de ese universo grotesco y retorcido que señalaba antes: muñecas, cuchillos, máscaras, corazones, sirenas, princesas. Unos meses atrás publicó otra novela gráfica: “Playlove. Donde las calles no tienen nombre”. Si en “Bitch” domina el color característico de sus rotuladores (amarillos, rosas, naranjas, rojos, azules claros), “Playlove”, en cambio, viene matizada por el blanco y negro que nos habla de una mujer enamorada de un tipo que no es precisamente el príncipe azul (sólo lo parece), sino un lobo camuflado con una piel de cordero. En la web de Rey Lear Editores anuncian que no tardará en ser traducida al italiano. Porque quizá sea Italia donde el universo de Miguel Ángel ha calado más hondo, y donde es más apreciado que en España. Suele ocurrir.
Meses atrás me dijo Miguel Ángel por correo electrónico que este año estaba trabajando mucho. Y es ahora cuando comprobamos esos frutos: portadas, exposiciones, novelas gráficas, poemarios ilustrados. Un crack. Miguel Ángel es de una tierra vecina a la mía. Es de León y yo soy de Zamora, pero ambos vivimos en Madrid. Hace unas semanas pude conversar con él en persona, por fin. Empezamos en el Bukowski Club de Malasaña y luego seguimos por ahí, bebiendo copas y charlando de esto y de aquello. Miguel Ángel es muy divertido y tiene un punto muy canalla, algo sinvergüenza, y se conoce al dedillo mi barrio. Comprobé que de ese humor atrevido nace parte de su obra. Y de las lecturas de los raros y de los marginales. No siempre comparto sus teorías, pero eso es lo de menos. Lo que importa es que su obra nos sacude y perdurará. Si alguien lee estas líneas y vive en San Sebastián o pasa por allí antes del seis de diciembre, que no falte a su exposición.