Al hilo de la elección de Barack Obama como próximo presidente de los Estados Unidos, quisiera hacer algunas reflexiones (probablemente banales). Dar dos o tres pinceladas de la impresión que tengo tras su aplastante triunfo sobre los republicanos. Desterrado de su trono el señor Bush, no sé, incluso podríamos ver una luz de esperanza en el horizonte. Hasta ahora, la definición más acertada la ha dado uno de los españoles que viven y trabajan en USA: Antonio Banderas. Ha dicho: “Hicimos historia después de ocho años de prehistoria”. Deberíamos salir a celebrarlo. A brindar por el triunfo del primer afro sentado en la Casa Blanca. Quien ocupará el trono del que se ha considerado el peor presidente de la democracia. Las elecciones norteamericanas son importantes para todos porque sus presidentes deciden el rumbo del mundo (o corrijamos: normalmente suelen ser los que hay detrás quienes toman las decisiones; Bush era un tonto útil, una marioneta).
El señor Bush abandona por fin el puesto y deja tras de sí una estela de barro. Le deja a Obama un país y una situación mundial con la que lidiar con pulso de artificiero, le lega un pantano cuajado de errores y chapuzas. En otros países me gusta comprobar las reacciones de los candidatos que pierden la batalla por los votos. En Francia, por ejemplo, hay deportividad. En Estados Unidos, para mi sorpresa, también la hubo. “Era mi oponente y ahora es mi presidente”, ha anunciado John McCain. Lo llaman humildad, creo. Lo llaman acatar los resultados de la democracia. Lo llaman atenerse con deportividad a lo que el pueblo ha votado. Igualito que en España, ¿verdad? En España jamás tendremos esa nobleza, esa naturalidad para saber perder. Para asumir la derrota. En España no. Aquí en seguida se saca la navaja trapera, se desconfía, se cree que no es cosa de la democracia sino de las conspiraciones. Aún tenemos muchas lecciones que aprender. Que algunas de ellas nos las dé un país con tan poca historia a sus espaldas es lamentable, pero cierto. No sólo McCain ha tenido ese gesto. Obama lo ha felicitado por su lucha y por su sacrificio. Quizá alguien diga que son gestos de cara a la galería. Quizá lo sean. Pero se agradecen.
Obama es una apuesta firme. Por muy mal que lo haga, jamás lo hará peor que Bush. Y aquí es donde los fachillas pondrán el grito en el cielo, en cuanto lean la frase. Porque el mensaje de sospecha y suficiencia de estos señores es algo así como: “Sí, enhorabuena, Obama ha ganado. Pero veremos, veremos qué hace”. Mientras dicen eso, se frotan las manos a la espera del tropiezo. Juzgarán el mínimo error de Obama con lupa. Aunque pasaban por alto los fangos en los que Bush ha ido metiendo a su gente y a medio planeta. Así funciona, chico. Mal que les pese, Obama representa el cambio, el oxígeno, la apuesta por un símbolo de las razas marginadas. Y es en este punto en el que unos cuantos se llevarán las manos a la cabeza. Los que vivieron bien con Franco se tiran de los pelos: pensaban que jamás iban a ver a un presidente negro (o mulato) en la Casa Blanca. Para ellos es el demonio. Termino con una imagen que no he olvidado, de los tiempos en que vivía en Salamanca. Fui al kiosco y vi a una chica norteamericana buscando las portadas de los periódicos. Estaba nerviosa. Cuando vio que había ganado Clinton sonrió. Suspiraba de alivio. Porque en aquellos tiempos no utilizábamos internet, los estudiantes no teníamos móviles y el único contacto con el exterior era la prensa fresca y la cabina de teléfonos. La sonrisa de esa chica, su alivio, se ha multiplicado estos días en miles de rostros. Bye, bye, Bush.