viernes, noviembre 14, 2008

La causa del cansancio

El día once tocó Keane en Madrid. En la Sala La Riviera. El concierto estaba anunciado para las diez de la noche. Era martes, teníamos entradas para el directo y yo aún estaba cansado del fin de semana. Cuando cruzas cierta línea de edad, empiezas a notar el tiempo en las resacas. No soy el único a quien le pasa. Gente de mi generación y yo salimos un sábado por la noche y nos sentimos (o al menos yo me siento por dentro) como si tuviéramos veinte años. Con el mismo espíritu y el mismo entusiasmo. Pero a la mañana siguiente, el domingo, el cuerpo te recuerda lo que el espejo dice: que ya no eres el de antes. Así, el cansancio de una resaca puede durarte dos o incluso tres días. Se dice: “Ahora tardo en recuperarme días, tras cada fiesta”.
De modo que el martes aún estaba molido. Literalmente. Habíamos comprado las entradas mucho tiempo atrás y no era plan de renunciar. Mi estrategia en La Riviera es siempre la misma: situarme frente al escenario, al fondo de la sala, en esa atalaya donde hay una barra de bar, junto a la gente más tranquila, la que se apoya en las barandillas y apenas baila. En cuanto encontramos un hueco y sentí el cansancio en los músculos, me acordé de la causa. La causa del cansancio: el sábado anterior habíamos organizado una fiesta en Huertas. Una fiesta que no tuvo nada que envidiar a las de Nochevieja. Incluso había más caras conocidas que en una fiesta de fin de año. Nos reservaron una sala en un bar que está Huertas abajo. Dos días después, asesinaron a un toxicómano a la puerta del centro donde les proporcionan metadona: apenas unos metros más allá del garito donde estuvimos. A plena luz del día. Salía del centro y alguien le rajó el cuello. Murió unos metros más adelante, no muy lejos del bar de la fiesta y no muy lejos de la comisaría del barrio. Un lunes, creo. Pero volvamos a ese sábado. No sé cuántos éramos. Quizá cincuenta o sesenta. Un alto porcentaje de asistentes era de Zamora. Creo que por esa razón todos nos sentimos como en casa. A los zamoranos que vivimos en Madrid sumen los zamoranos que vinieron expresamente de nuestra ciudad y de otras provincias para no perderse el festejo. “Aquí somos casi todos del mismo sitio”, decía la gente. Me gustaría nombrar a cada asistente, pero eso es imposible. Necesitaría medio periódico. Y necesitaría no olvidar a nadie. Yo acabé la noche en uno de esos tugurios que cierran más tarde de lo habitual. Tuvimos que pagar una entrada para acceder. Uno de esos tickets con los que luego te regalan una copa de garrafón. Un chollo, oiga. Algunos se fueron a casa antes; otros, muchas horas después, al alba (y los admiro por ello).
Esas juergas, esas diversiones, al final se pagan. Y ahí estaba yo, de pie, en el concierto de Keane, con el peso sobre los hombros. El peso de la conciencia y del cansancio. Porque, tras la borrachera de turno, siempre llega sin demora ese sentimiento de culpa que le acomete a todo el mundo. Los tipos de Keane estuvieron bien. Un directo pequeño, sencillo, sin alardes, sólo con el espectáculo de la música. Empezaron a las diez en punto. Acabaron a las once y media. Una hora y treinta minutos de reloj, como habían hecho en Barcelona. El nuevo disco, “Perfect Symmetry”, no es un trabajo redondo. Le sobran unas cuantas canciones, para mi gusto. O quizá no le sobren, pero les falta la calidad de sus obras anteriores. O tal vez deba escucharlo más veces para pillarle el punto: sucede con ciertos discos. Transcurrida una hora de concierto, y pese a estar en pie, me di cuenta de que el agotamiento se había evaporado. Ese poder tiene la música. Y el arte en general.