Uno de los miedos contemporáneos atañe a la posibilidad de ser robados mientras los inquilinos están en casa, durmiendo. Antes solía temerse a los robos en el piso cuando éste estaba vacío. Ahora se da por supuesto que cualquiera puede burlar las cerraduras, y lo que uno desea es que el ladrón o ladrones no lo hagan mientras estamos dentro de casa. No creo que en esta ocasión podamos echar la culpa a los medios por contarnos historias similares con cierta frecuencia. Una vez vi un reportaje en televisión en el que decían que ahora los ladrones prefieren entrar de noche en los apartamentos y chalés, mientras la familia ronca, para así evitar que alguien entre y los pille con las manos en la masa. Como si fuera una moda. No sé, tal vez lo sea. No creo que tenga mucho sentido robar en las casas de la clase media, pues poca gente guarda sus ahorros en una caja fuerte. Salvo que estemos hablando de millonarios. Si acaso, pueden llevarse los lujos propios de una familia de clase media: un televisor grande, reproductores de dvd y poco más. A unas amigas mías, cuando vivían en Madrid, les entraban en el piso de vez en cuando, a robarles comida y ropa.
Voy de visita a casa de unos amigos a los que hace tiempo que no veía. Sale el tema de los latrocinios porque nos da por hablar del cine de terror, y esto me lleva a recomendarles el filme “Los extraños”, que juega hábilmente con el miedo que tenemos los humanos a ser atacados en la noche, mientras creemos disfrutar la supuesta seguridad del hogar. “Los extraños” ha recibido muy buenas críticas. Su argumento es de lo más sencillo, pero funciona, aterroriza, y es lo que pretende. Es sábado por la noche, pues, y empezamos a hablar de robos en domicilios. Ella, la amiga y anfitriona, confiesa que tiene miedo por sus niños. Viven en un ático y en esa planta no hay más vecinos. Me explica que hay un modo de entrar al edificio y salir por el tejado. Por una puerta o una ventana del tejado, o algo así. Y desde el tejado sólo hay que saltar a la terraza para estar en la casa. Le pregunto si suele bajar todas las persianas cuando se van a dormir. Pero da igual, dice. A los vecinos de uno de mis primos, me cuenta (y esto yo no lo sabía), les intentaron entrar en casa por el balcón, y levantaron un poco las persianas. Mi primo y sus vecinos viven en un cuarto piso. A los desvalijadores de casas les da lo mismo la altura o la dificultad. Entonces recuerdo a mi primo, que el otro día me dijo que en verano duerme con la puerta del balcón abierta. Supongo que el próximo verano la cerrará cuando se vaya a la cama.
Les cuento a mis amigos que algunas noches me despierto al dar una vuelta en la cama, o al sentir sed o ganas de orinar, y que en el estado entre la vigilia y el sueño, en ese contorno confuso que nos parece irreal, siento temor a ser robado de noche. Medio dormido, me da por pensar: “¿Y si alguien está forzando la puerta en este mismo momento?”. Las paranoias se evaporan en cuanto me despejo. En cuanto me levanto, echo un trago de agua y pongo los pies en la realidad y salgo de los sueños. No creo que en Lavapiés desvalijen casas, aunque nunca se sabe. Mi calle está bien iluminada, es ruidosa y siempre hay gente pululando: borrachos, trasnochadores, pandilleros, gente que cierra tarde sus negocios. Si alguien me robara, sólo podría llevarse libros. Les digo a mis amigos que ese tema me obsesiona por el pasado. En dos de los negocios familiares entraron a robar de noche. Se llevaban botellas, chocolatinas, discos y cosas así. Y un intento de atraco nocturno en uno de esos negocios se saldó con un tiro a bocajarro al tobillo de mi abuelo. Yo era un niño. Y oí el disparo.