Durante la semana no encuentro en la cartelera ninguna película que me atraiga, o ya he visto todo lo que quería ver. Por las noches miro la televisión. Y leo. La tele no me entusiasma cuando faltan las series y los programas que la hacen más tolerable: “House”, “Friends”, “Me llamo Earl”, “Muchachada Nui” y algunos más. Aún queda el alivio de “Los Simpson”. De “Los Simpson” sale en breve la traducción de un libro que relaciona los personajes con la filosofía. Homer Simpson es un pensador de bar. Su hija, Lisa, es quien proporciona la sustancia filosófica y el sentido común, el único personaje imprescindible según Eloy Fernández Porta, quien añade en su artículo sobre el tema: “Esta sucesión de pifias y calamidades no podría sostenerse narrativamente de no ser por esa conciencia racional, cívica y tocada con collar de bolas que pugna por sobreponerse a la sinrazón de sus mayores”. Para Eloy, “Los Simpson” es “crítica cultural punk”. Estoy de acuerdo. Veo capítulos nuevos de la serie. Son magistrales. Quizá sea la única serie de la historia que mejora con el tiempo. Los guionistas son cada vez más ácidos. Las situaciones, más absurdas. La animación supera con creces los orígenes de los dibujos. En uno de los últimos episodios, una parodia sobre el jazz me provocó la mayor carcajada del año, pero supongo que no todo el mundo la comprenderá. El chiste consistía en un cartel colocado a la puerta de un garito, y decía (cito de memoria, con los consiguientes errores): “Concierto benéfico de jazz. Duración: ocho horas. Se tocarán dos temas”. Veo “Los Simpson” en Antena Tres y en Antena Neox. A menudo, en inglés con subtítulos en castellano. Las voces del doblaje son exactas a las del original, salvo la de Homer, que no se parece nada. Nuestros padres tuvieron la filosofía existencial de Ingmar Bergman, que era un genio. Nosotros tenemos a Matt Groening, que es filosofía con humor.
Veo de refilón un reportaje sobre Andrés Pajares y Fernando Esteso, otrora reyes de la taquilla. Estoy leyendo y, de vez en cuando, levanto los ojos del papel y presto atención. El programa dura dos horas con anuncios. Como si, en vez de la comedia burda de destape de los ochenta, hablaran del cine de John Ford. Yo creo que no daba para tanto, y fue un desfile de pechugas. Alguien dice que hicieron reír a miles de españoles. Sí, no se puede negar. No niego que alegraran la vida a tantos ciudadanos que salían de la represión, de la oscuridad y de la censura, ni que sean una pareja clásica. Pero yo no veía sus películas. Vi dos o tres y no me gustaron. Me pillaron a una edad difícil: en aquella época era fan de otra pareja cómica, Terence Hill y Bud Spencer. Estos, en vez de palpar senos, repartían sopapos y collejas. Tras el reportaje, me retiro. Con sensación de pena, pues, aunque no fuera seguidor de Pajares y Esteso, es una lástima su declive. Pero, citando al Joker de Heath Ledger: “I believe whatever doesn't kill you simply makes you… stranger”, que aquí tradujeron como “Lo que no te mata, te hace… diferente”. Me gusta más el término original: extraño.
Hay una verdad sobre la televisión: cuantos más canales tienes, cuanta más oferta, menos calidad. Se lo oyes decir por ahí a la peña: “Tengo cincuenta canales, pero casi todos son una basura”. A mí no me viene tan mal. Puedo ver la repetición de “Los Simpson”. Puedo entrar en Kiss Tv, que sólo pone videoclips, y olvidarme del mundo mientras escucho su música y leo o hago labores caseras de maruja. Puedo ver programas raros, documentales, anuncios impactantes o películas bodrio: cualquier cosa antes que los telediarios, con su abuso de tópicos.