La editorial Navona se ha propuesto rescatar al escritor Erskine Caldwell, hoy un poco olvidado en España, y de algún modo ese también es mi propósito. Como conté aquí unas semanas atrás, Caldwell tiene en “El camino del tabaco” su novela más célebre. La tomé prestada en su momento en la Biblioteca Pública de Zamora (en mis raros momentos de fantasía, me convierto en el dueño único y exclusivo de esta biblioteca, y la cierro al público y al mundo, y destino sus libros a mis lecturas y a las de unos pocos amigos, como si hubiéramos entrado en la cueva del tesoro para apropiarnos de sus riquezas: perdonen la digresión). Por fin pude comprarla unos días atrás, reeditada, y la leí en una tarde. Es magnífica, brutal, muy dura. No hay un personaje que carezca de una tara, de un pecado, de un aire de maldad. Y todo proviene del hambre y el analfabetismo. Encontrarán en mi bitácora otros datos al respecto.
“La parcela de Dios” es otro de los libros que Navona ha reeditado. Lo leeré en breve. Antes me propuse hacerme con un ejemplar de las memorias literarias de Caldwell. Gracias a Iberlibro me hice con una copia. Entre gastos de envío y demás me salió por veintiún euros. Mi ejemplar está marchito, con las páginas amarillas por el sol y por el tiempo, y huele a librería de viejo, y la edición es algo rudimentaria, de la Editorial Lumen a principios de los setenta. Pero, pese a esos inconvenientes, merece la pena. Supe de la existencia del libro gracias a Félix Romeo, que habló del mismo en el suplemento cultural de Abc. Se titula “Llamémosle experiencia”. No son unas memorias al uso, y tampoco lo son las de J.G. Ballard, “Milagros de vida. Una autobiografía”, que leí la semana pasada. Caldwell destina casi todas las páginas a hablar de su forja como escritor. Sus comienzos. Los trabajos sucios en los que se metió para ir tirando. Los años de rechazos editoriales (coleccionaba las frías notas de los editores). Sus viajes, cargado con una pesada maleta repleta de manuscritos inéditos (relatos, ensayos, novelas cortas) y con otra que contenía su máquina de escribir, porque eran otros tiempos y aún faltaban muchos años para conocer la bendición de los portátiles y de los discos. Los días grises y solitarios en los que escribió “El camino del tabaco”, comiendo lo justo para sobrevivir. Su labor de guionista de Hollywood, que le permitió ganar mucho dinero y escribir muy poco (y Caldwell odiaba no escribir).
En sus comienzos en un periódico, después de trabajar a destajo durante siete semanas, pidió dinero al director y propietario, y éste dijo que no pensaba pagarle ni un centavo por enseñarle el oficio. En cierta ocasión, aceptó la propuesta de una revista: escribir críticas literarias. La revista le enviaba los ejemplares de las novedades. No le pagaban. Lo único que sacaba a cambio eran libros gratis y la posibilidad de publicar sus reseñas en una revista de poca difusión. Dos años después de aceptar, había reunido dos mil y pico ejemplares. Caldwell abandonó ese puesto y, dado que la carga de papel le impedía continuar sus frecuentes viajes y ajustarse a su condición de escritor nómada, abrió una de las librerías más insólitas del mundo para venderlos: una librería de sólo dos mil ejemplares, publicados entre 1926 y 1928, sin reponer existencias. Las nuevas generaciones, aquellos que comienzan ahora a escribir sus primeros textos literarios y periodísticos, deberían leer estas memorias, aunque son difíciles de encontrar. Comprobarán que la resistencia, la vocación y el trabajo duro lo son todo. Comprobarán que ciertas cosas no cambian. Valen más estas páginas que todos esos manuales y mamotretos que nos hicieron estudiar sobre la escritura.