Me trajeron de Estambul un curioso librito de cuentos, anécdotas e ilustraciones, titulado “Los Cuentos de Nasrettin Hoca”. Publicado allí, pero en castellano. Creí que era sólo para críos, pero le acabé echando un vistazo y terminé perplejo por el humor corrosivo de los textos y por la bibliografía que se incluye al final, tan extensa que da un poco de vértigo. Indagué en la red tras leer unas cuantas páginas, y supe que Nasrettin Hoca es un personaje ficticio y popular de la cultura y el folklore turcos, y que a los niños los alimentan en la infancia con sus dichos, sus chistes y sus drásticas soluciones para resolver problemas entre vecinos o entre varias de sus esposas. También se le conoce con el nombre de Nasreddin Hoca u Hodja. Suele estar representado por un anciano de turbante y largas barbas blancas, montado encima de un burro. Algunas de las fábulas y de los dichos ya los había oído o leído en la infancia, pero ignoraba que provenían de este personaje.
Es un señor ácido, sabio y algo malicioso en sus juicios. En algunos de estos textos, Nasrettin deja entrever algo de machismo cubierto de sarcasmo. Muerta su mujer, a Nasrettin lo casan con una viuda. Una vez en cama, por la noche, ella no deja de recordar al fallecido y hablar de él. Hasta que, otra noche, Hoca, harto de oír esas evocaciones, la arroja de la cama propinándole una patada. Cuando el padre de la mujer acude a pedir explicaciones, el anciano maestro responde: “Mire, tenemos una cama pequeña. Mi esposa difunta, mi nueva esposa, su primer marido y yo, los cuatro, no cabemos en la misma cama, y creo que su hija se cayó”. Lo cierto es que, en algunos matrimonios, el pasado amoroso debe quedar fuera: esa es la enseñanza de Nasrettin. Me hizo mucha gracia uno de los cuentos en el que el personaje acude a un banquete por invitación. Entra vestido informalmente y repara en que todo el mundo lo ignora. Regresa a casa y vuelve con un abrigo exquisito, de mucha calidad. Entonces todos le hacen ceremonias, lo saludan y conducen al mejor asiento. Tras sentarse, moja la punta de la prenda en la sopa. Cuando le preguntan a qué viene esa conducta, dice: “Visto que el banquete es para el abrigo de piel, el abrigo de piel es el que debe comer”. Esta podría ser una buena enseñanza para esos lugares en los que sólo puedes acceder de etiqueta. No está mal este otro. La mujer de Hoca prepara un postre, comen parte del mismo y deciden dejar un pedazo para el día siguiente. Durante la noche, el hombre es incapaz de dormirse: está pensando en el postre. Pide a su señora que lo traiga y se lo terminan. Él argumenta: “Ahora vamos a volver a la cama y a dormir un poco. Es mejor tener el postre en la barriga que en la cabeza”. Tampoco es manco el siguiente, muy breve. Durante una reunión, un hombre suelta una ventosidad. Al mismo tiempo arrastra un pie por el suelo para simular el ruido. Y Hoca se dirige a él: “Vale, el ruido se parece, pero ¿qué me dices del olor?”.
Algunos abandonan el tono de broma y resultan demoledores. Otros, me temo, son muy absurdos para nuestra mentalidad. En cualquier caso, el personaje es un símbolo del humor: un premio a los humoristas gráficos lleva su nombre. Vamos con un último cuento. Unos niños piden a Nasreddin que reparta unas nueces entre ellos. Pregunta si quieren un reparto divino o humano. “Divino”, dicen los chicos. Y a unos les da cinco nueces, diez a otros, etcétera. Cuando le piden explicaciones, responde: “Esta es la manera en la que Dios reparte: mucho a algunos, un poco a otros y nada a los demás”. Ignoro si estas narraciones se han publicado en España.