Recibí un correo electrónico. Yo no conocía al remitente. Se llamaba Manolo D. Abad y me habló de Oviedo y de La Encomienda (en Zamora, para quienes no lo sepan). De sus lecturas de este periódico. De sus visitas esporádicas a mi ciudad natal. De las vicisitudes de sus padres en los hospitales de Zamora. A mí, al principio, me sonaba extraño que alguien me hablase de dos lugares tan alejados como Oviedo y La Encomienda. Pero ya he dicho que los vínculos con esta tierra son infinitos. Manolo tiene una manera muy curiosa de escribir e-mails, porque mientras lo hace va anotando las canciones que escucha, te cuenta lo que suena en ese momento por los altavoces. A mí me parece un modo muy especial de comunicarse: es como conversar con un narrador dj. Otro día, y tras el intercambio de correos, merodeé por su página de MySpace. Entonces supe que Manolo, además de dedicarse al periodismo y a la crítica musical y cinematográfica en Asturias, también es escritor. El libro que presentó el jueves pasado goza de un título atractivo e impactante: “Vasos sucios en la madrugada”. Es un libro de relatos que aún no tengo, pero que espero no tarde en llegar a las librerías de Madrid. Me interesaba conocer esos vínculos del autor con Zamora y La Encomienda, que visita a menudo. Y esto es, más o menos, lo que me contó.
La historia empieza con sus padres. Trabajaban en la radio, en Asturias. Su padre era técnico de control y sonido. Su madre, locutora. Fue allí donde conocieron al periodista zamorano Primitivo Luengo. Como embajador de nuestra tierra, Primitivo actuó de guía. Cito al propio Manuel: “Nos invitó en una Semana Santa, creo que la de 1976 a la Urbanización La Encomienda y tras pasar allí unos días, acabó convenciéndoles para que compraran allí un chalet”. El chalet queda frente al Club Deportivo Esla, al que algunos veranos iba yo con mis abuelos, en la infancia, a soportar niños peinados con laca y a bañarme en la piscina. Así que no sería raro que, en más de una ocasión, Manolo y yo cruzáramos nuestros caminos. Nunca se sabe. Desde entonces, su familia y él pasan algunas jornadas en La Encomienda. Conocen Tábara y Zamora. Y, a juzgar por lo que me cuenta, a todos les encanta. “Allí puedo desconectar”, dice. Una noche del año pasado, Ángela Moreno (hoy concejala del Ayuntamiento) lo llevó de copas por la ciudad. Abad es una de esas personas de las que yo contaba en un artículo del otro día que, viviendo fuera, no suelen olvidar los garitos por los que les guían en Zamora. En este caso, el Berlín, el Ávalon Café y La Cueva del Jazz. Boris le dejó pinchar en el Berlín durante unas cuantas horas.
En cuanto termine la promoción de “Vasos sucios en la madrugada”, le espera otro libro de próxima publicación, del que también me gusta el título: “Viajes al fondo del precipicio”. Manolo D. Abad está curtido en mil oficios (en radio, prensa, televisión), y sospecho que su libro de relatos es la suma de intereses y disfraces de un jabato urbano que ama la música y la literatura. Leo en un perfil suyo que ha pinchado discos, además, en locales de ciudades que conozco y me gustan y por las que me he movido en los últimos años: Oviedo, Madrid, Ibiza, Zamora y Gijón. Pero existe otra conexión, en este caso con este periódico: Abad, entre otros medios, colabora con La Nueva España (que pertenece al mismo grupo editorial). El mundo es una red de conexiones, de casualidades, de vínculos, de parentescos, pero sólo ahora, gracias a la tecnología digital, gracias a los móviles, al correo electrónico y a las páginas web, advertimos esa sutil trama repleta de hilos cruzados.