En un antiguo episodio de “Los Simpson”, titulado “Mayored to the Mob” (creo que en España se llamó “El alcalde y la mafia”), Mark Hamill acude a una asamblea de ciencia ficción disfrazado de su personaje más célebre: Luke Skywalker. Sube al escenario y hace su número ante los espectadores con enemigos de cartón y una espada de atrezzo. Pero la multitud acaba envuelta en una pelea y el alcalde se refugia detrás de Hamill y le dice: “Luke, utiliza la espada de luz”. Hamill responde: “¿Y romperla? ¡George Lucas me obligaría a pagarla!”. Este chiste, en apariencia inofensivo, es una de las definiciones más sutiles y acertadas sobre quien, antaño, fuera uno de mis ídolos, George Lucas, hoy convertido en el garbancero oficial de Hollywood.
En un tiempo lejano, muy lejano, George Lucas, para alegría de millones de niños (uno de los cuales era yo), inventó una gallina. La gallina, bautizada “Star Wars”, puso huevos de oro. Y desde entonces su creador no ha dejado de exprimirla, sacándole tanto jugo que incluso sus fans pensamos que es un jeta. De jedi a jeta hay dos pasos. El chiste incluido en ese capítulo de “Los Simpson”, como digo, refleja con fidelidad su naturaleza. Se trata de un hombre que mira con lupa hasta el último centavo. Días atrás leíamos una noticia cuyo titular era: “George Lucas pierde la guerra del vestuario galáctico”. Tras una batalla legal para impedir que uno de los diseñadores de vestuario de la saga vendiera réplicas de los cascos y uniformes que salen en las películas, un juez británico permitió que dicho diseñador mantuviera su negocio en pie. Sospecho que el productor y director no tardará en enviar a alguien que sepa romper piernas. Pero Lucas siempre está metido en esta clase de juicios. Porque no deja escapar un dólar. El origen de ese comportamiento se encuentra en cualquier documental de los que narran los esfuerzos y disgustos que le costó llevar su sueño galáctico a la pantalla. Parece que su venganza consiste en sacarnos a los demás los cuartos que los magnates se negaron a poner en los años setenta para financiarlo. En cada proyecto (hablo de los últimos años, no de la etapa de las tres primeras películas de “La guerra de las galaxias”), concede entrevistas en las que justifica su nueva operación de marketing con el ya manido: “Es lo que piden los fans”. No es exactamente así.
Lucas analiza las recaudaciones y sólo si le compensan demasiado da luz verde al proyecto. Es posible que los fans, entre los que me cuento, quieran una secuela de “Willow”, o de “Dentro del laberinto”, o incluso un remake más noble de “Howard el Pato”, de las cuales fue productor ejecutivo. Pero no rentaron tanto en taquilla. Y por eso, si uno mira su filmografía, comprobará que Lucas la ha llenado de secuelas y precuelas y series y dibujos de sus dos únicas creaciones con éxito: las sagas de “Star Wars” y de “Indiana Jones”. Que no es poco. Pero me parece más imaginativo su colega Steven Spielberg. Se arriesga más y cambia de género. No se ha estancado en la galaxia lejana. Se atreve con otras apuestas. Pero Lucas no. Y por eso hoy anuncia otra más de Indiana Jones: porque con las recaudaciones que ha hecho la última se le han puesto los dientes largos. Por eso marea a los fans, una y otra vez, con múltiples versiones de “Star Wars”: la saga original en dvd, el pack familiar, las películas con retoques digitales, la edición limitada… Su próxima idea es reestrenar la saga en cines y en formato de 3D. Llegará el día en que las proyecte en blanco y negro. O dobladas al ruso. Lo peor de todo es que estrena en breve “The Clone Wars” y que iré a verla y me gustará. Que sea un jeta no quiere decir que haya perdido su toque.