Después de tres meses sin poder ir a tu tierra, Zamora, sabes que apenas cuentas con dos días para hacer allí todo cuanto pretendes y tienes pendiente. Visitar a la familia, estar un rato con tu mascota, recorrer los bares favoritos, echar un ojo a la animación de las calles porque se celebran las Ferias y Fiestas de San Pedro y hay que ver los ajos y la cerámica (algo que siempre pospones: al final te conformas con pasar por allí y oler las vasijas y los bulbos), salir de juerga, descansar y dormir un poco, ver a los amigos. Lo intentas, pero no hay manera. El atasco del viernes por la tarde al salir de Madrid te obliga a llegar demasiado tarde a la ciudad, ya de noche. Las resacas del sábado y del domingo tampoco facilitan las cosas. Uno debe echarse alguna siesta para que no se le cierren los párpados. La solución es tumbarse en el sofá y ver la tele, cerrar los ojos de vez en cuando e irse recuperando lentamente.
Para cumplir con la mayoría de esos cometidos hay una receta infalible. Consiste en estar todo el tiempo que uno pueda por la calle. Dado que pasear es el deporte zamorano por excelencia, práctica que se acentúa en San Pedro, basta con salir y estar por ahí. Ir por la Plaza Mayor, meterse cinco minutos por Santa Clara, entrar a un bar de cañas a comer un solomillo al cabrales, asomar la nariz por Viriato, poner el pie en Los Herreros. Es muy posible que, en media hora, hayas visto a toda la gente de la ciudad que conoces. Amigos, conocidos, familiares, lectores jóvenes que se te presentan, antiguos compañeros de colegio, barmans de cabecera: desde este rincón mando un saludo colectivo. Todo cabe en unos metros. En la tarde del sábado, desde la Plaza Mayor (donde tocaban música para la tercera edad) hasta el Ávalon Café me encontré con trece personas: tíos, primos, amigos. Recorrer una distancia que, en condiciones normales, me llevaría apenas dos minutos de reloj, se transformó en un peregrinaje de quince o veinte minutos. Y lo agradecí mucho: así pude ver gente a la que hacía tiempo que no veía. Y ya no te digo una vez que uno se embarca en la ruta nocturna de bares. A veces, dando un paseo, optas por vías menos transitadas de la ciudad y te encuentras a quienes menos te esperabas encontrar. Eso es bueno y significa que la ciudad está haciendo vida en la calle, lo cual le vino como un guante a estas Ferias y Fiestas de San Pedro (pero de la animación urbana hablaremos mañana).
Cada vez que regresas a tu ciudad hay una frase que te dicen a menudo: “Yo te veo cada día en el periódico”. Creo que esa circunstancia hace que los ciudadanos piensen, aunque de manera inconsciente, que no hace tanto tiempo que no te ven en persona. Pero lo que ven es la foto, y ésta no envejece. Y tú hace siglos que no los ves a ellos. Ni en foto ni en persona. Te encuentras con alguien, te paras, charlas un rato en mitad de la Plaza Mayor, o donde sea, y luego reflexionas, haces recuento y te dices: “Hacía medio año que no veía a tal o cuál persona”. Es como cuando ves a los niños de tus amigos y de tus parientes. Preguntas qué edad tienen ya. Esperas una respuesta del estilo a: “Ha cumplido seis meses” o “En breve va a hacer cuatro años”, y entonces dicen: “Va a cumplir un año” o “Dentro de poco hará siete años”. Luego mascullamos más o menos lo mismo: “¿Ya? Vaya, no me había dado cuenta. Cómo pasa el tiempo…” Cuando estás lejos de tu tierra y de la mayoría de los tuyos es como si el tiempo transcurriera de otro modo: crees que han pasado pocos meses, pero ha pasado el doble. Le ocurre a quien se queda y le ocurre a quien se va. En fin, sólo quería apuntar que estuvo bien esto de los reencuentros.