Antaño, discutiendo con un colega sobre William Faulkner, a quien él tachaba de pelmazo, le recomendé que leyera “Mientras agonizo” porque es muy diferente a otros libros del autor. Por ejemplo, diferente a “El ruido y la furia”. No sé si me hizo caso. Probablemente no. “Mientras agonizo”, esa obra maestra, tiene la virtud, creo yo, de gustar a la vez a quienes somos faulknerianos y a quienes no lo son. Sin abandonar sus temas predilectos, Faulkner en este libro ya no escribe oraciones que abarcan varias hojas ni espera cien páginas para meter un punto y aparte. No, aquí construye la historia mediante monólogos breves de varios personajes. Estoy convencido de que “Mientras agonizo” inspiró ese peliculón de Sam Peckinpah, “Quiero la cabeza de Alfredo García”, y que ambas obras inspiraron “Los tres entierros de Melquíades Estrada”. “Mientras agonizo” cuenta la historia de una familia pobre que hace un largo viaje para enterrar a la madre en el lugar donde ella quería ser enterrada. En la carreta llevan el ataúd con su cadáver. La novela incluye monólogos de los personajes vivos, y también de los muertos (de la madre), y se lee con asombro y admiración.
Esta novela de Faulkner la leí en la reedición de Anagrama, hace años. Como era habitual en mí, en aquellos tiempos no tenía mucho dinero y daba tumbos entre los trabajos esporádicos. Cuando salió el libro me faltaba pasta para comprarlo y lo tomé prestado de la Biblioteca Pública de Zamora. Me entusiasmó y juré que algún día compraría un ejemplar. Años después no volví a ver esa edición de Anagrama. Pero el libro lo rescató Alianza en su colección dedicada a las bibliotecas de autor en bolsillo. Lo conseguí, finalmente, por un precio módico. Este verano, Anagrama ha reeditado (también en bolsillo) dicha novela. No pensaba comprarla porque ya la tenía. Hasta que me enteré de dos diferencias entre ambas ediciones. La de Alianza es la versión de siempre, traducida por Mariano Antolín Rato. La de Anagrama está traducida por Jesús Zulaika, y además es la llamada “versión definitiva de 1985”, reconstruida a partir de las galeradas originales. Fui a una librería y tomé los dos volúmenes para compararlos. En cuanto vi un par de diferencias en la prosa, compré la de Anagrama. Cualquier día leeré ambas para detectar sus similitudes y sus divergencias.
Se trata de una novela que los lectores de raza no deberían pasar por alto, el viaje de una familia cuyas tribulaciones y penurias son épicas, acarreando un muerto que se descompone con el calor y el tiempo. Si les gustan las narraciones sobre los pobres y miserables del sur de USA, y las penalidades por las que pasaban, y la violencia que lo empapaba todo, deberían comprar y leer otra novela que acaban de reeditar. Me refiero a “El camino del tabaco”, de Erskine Caldwell. También la leí hace años merced al préstamo de las bibliotecas, en la edición de Alba Editorial, hoy muy difícil de encontrar. O sea, traducida por Horacio Vázquez Rial. Existe, al menos, otra traducción más en castellano. Esta obra de Caldwell la ha recuperado la editorial Navona, que en su colección “Reencuentros” está rescatando títulos de Mark Twain, John Steinbeck y Jack London, entre otros. En “El camino del tabaco” los personajes se mueren de hambre. Su dolor es nuestro mientras leemos sus penurias y acompañamos a sus figuras embrutecidas por la miseria y la hambruna. Caldwell no es muy famoso por estos lares, me temo. Una tarde encontré en alguna librería de saldo otro libro suyo, una edición vieja de “Disturbios en julio”. La portada mostraba una soga.