Michael Haneke ha sido listo, ahora lo sé. Podía haber dejado el remake de su película en manos de un churrero, o de cualquier incompetente de Hollywood, y que así destrozara el concepto original. O podía haber hecho un filme con las condiciones propias de una superproducción: final feliz, ningún riesgo en la propuesta, etc. En cambio, ha querido darles a los norteamericanos lo que pedían, pero a su manera, es decir, conservando la materia prima. Cambian los actores, pero el resto es idéntico. Se ha copiado a sí mismo.
Yo fui a verla por dos razones: Naomi Watts es una. La otra es la posibilidad de ver esta historia en cine, en una pantalla grande, ya que el Funny Games original lo vi en el ordenador, y no es lo mismo.
Quien no haya visto la anterior, se verá golpeado y sorprendido. Quien ya la conozca, comprobará que es como verla de nuevo, pero con dos interpretaciones notables: las que ofrecen Naomi Watts, especialista en llantos y tragedias, y Michael Pitt, que da un mal rollo que asusta.
En la sala, por cierto, había un público algo cerril e ignorante. Creo que pensaron que asistían a una comedia (por aquello de Funny, supongo). En una de las secuencias más famosas, cuando uno de los legañas perturbados pide a la protagonista unos huevos, empezaron a reírse. Y, claro, cuando uno de los psicópatas manipula la película (y a nosotros como espectadores), alguien gritó "¿Pero qué es esto?". En la sala de al lado ponían Sexo en Nueva York, no sé cómo no entraron allí.