Pocos artistas tienen esa capacidad inagotable de Woody Allen para ensamblar en el mismo discurso el humor y la profundidad filosófica. Con la mano derecha Woody Allen escribe algo que te hace reír, que provoca carcajadas o sonrisas; con la mano izquierda escribe otra cosa que te obliga a reflexionar, a plantearte la vida y la muerte. La única faceta que no me entusiasma de este director y guionista y escritor es cuando se pone demasiado serio y quiere emular a Ingmar Bergman. Por ejemplo, “Septiembre” y “Otra mujer”. Demasiado profundas y dramáticas, aunque la primera de ellas la vi con dieciséis años y quizá no era la época adecuada. Tal vez debería revisarlas.
Hoy quiero escribir no del cine de Allen, sino de las obras que, poco a poco, está publicando Tusquets. Una labor editorial que a mí se me antoja importantísima y que no sé si los entendidos le están dando la relevancia que merece. Tusquets publica sus mejores guiones (aunque se le han escapado algunos, que editó Ocho y Medio), sus cuentos y perfiles y sus obras de teatro. Guardo en mi biblioteca el volumen “Cuentos sin plumas”, lo leí hace años y es una maravilla. Risas y filosofía. De vez en cuando compro algunos guiones. En cuanto a las obras de teatro, ya tenía “Sueños de un seductor”, adaptada luego al cine. La otra tarde, aprovechando que acaba de salir en bolsillo y, por tanto, me ahorro unos euros, compré “Adulterios. Tres comedias en un acto”. Por lo que sé al respecto, en España una compañía, al menos, ha representado este conjunto de obras breves. El anterior libro de Allen, “Pura anarquía”, tuvo algunas malas críticas, pero yo me lo pasé en grande leyéndolo. Quizá no era tan bueno como los volúmenes que integran “Cuentos sin plumas”, pero en absoluto me pareció desdeñable. Y es que Woody Allen es eficaz y genial incluso cuando es flojo (véase “Scoop”); y en esos casos es flojo, me temo, por voluntad propia, porque le gusta echar el freno y bajar el listón, tirar de comedia desenfadada y ligera y hacérnoslo pasar bien sin muchos quebraderos de cabeza. No podemos culparle.
“Adulterios” agrupa tres obras, tituladas “Riverside Drive”, “Old Saybrook” y “Central Park West”. Hay pocos personajes, y contienen todas las señas de identidad de Allen: son neuróticos e hipocondríacos, van al psiquiatra, se comen el coco pensando en la muerte, manejan el cine y la literatura en sus discursos. En las tres obras nos presenta distintos enredos: parejas que ponen al descubierto sus mutuas infidelidades. Aunque el tono es cómico, hay mucha miga. Allen disecciona las relaciones y se pregunta qué lleva a un matrimonio en apariencia feliz a burlar a sus costillas liándose con otras personas. Lo mejor es que estas obras están llenas de perlas. De réplicas ágiles y de frases jocosas. Hal, un personaje, argumenta: “Lo que quiero decir es que en un matrimonio tiene que cultivarse la frescura, un matrimonio tiene que renovarse. De lo contrario, no hay música en la relación, y la música lo es todo”. Carol y Phyllis discuten porque la primera se ha liado con el marido de la segunda, quien exige explicaciones. Carol dice: “Él se me acercó… Yo estaba mirando los fuegos artificiales y me susurró al oído: ¿Puedes comer conmigo la semana que viene sin decirle ni una sola palabra a Phyllis? Bueno, ya puedes imaginarte, me sorprendió un poco”. Y Phyllis responde: “Por supuesto. Seguro que empezaste a lubricar”. Hal también apunta: “Ahí fuera hay millones de personas tan atormentadas como Hamlet en todos los aspectos. Son como Hamlet, pero tomando Prozac”. Creo que esta frase con un toque de humor resume a la perfección la obra de Woody Allen: Hamlet con Prozac.