Tipos como Javier Das logran que aún mantenga la ilusión por la literatura, casi extinguida (la ilusión) por culpa del podrido mundillo literario. Poetas jóvenes que no se arredran y siguen escribiendo a pesar de los golpes. Que se autopublican un poemario (y puedo decir que le ha quedado un volumen mucho más digno que los que te venden numerosas editoriales) y lo llevan ellos mismos a las librerías. Que le echan huevos al asunto. El libro, por cierto, se puede encontrar al final de este post de Kilómetro 0.
A mí me lo recomendó Kebran, me dijo: "Compra el poemario de Javier Das. Ese chaval es muy bueno". También había leído algunos poemas suyos, que colgaba David González en su blog cuando el libro permanecía inédito. Javier Das, a quien aún no conozco, es un poeta que habla de los temas que más me interesan, los que de verdad importan: la calle y la familia, la vida y la muerte, la soledad y el amor, la escritura y el vacío por la ausencia de un ser querido (en este caso, el fallecimiento de su padre). Lucha a golpe de tecla, está "enfermo de poesía", se mantiene siempre en guardia. Vamos con un poema:
5 DE ENERO DE 2001
Hace más de seis años
vi morir a mi padre
en una cama de hospital.
Y no hubo música,
no hubo ninguna canción triste,
no hubo espectadores
con lágrimas.
Porque
cuando ves la muerte
tan de cerca
te das de bruces con la vida real.
Y es más jodido
que cualquier cosa,
porque nunca
puedes entenderlo,
nunca te respondes
a todas esas preguntas.
Lo curioso
es que desde entonces
casi no he escrito sobre ello.
E incluso he tenido momentos
en los que he creído
comprenderlo y aceptarlo.
Pero en cambio,
un día,
te das cuenta de todo
lo que le echas de menos.
Y piensas en todo aquello
que podrías haber compartido,
en todo lo que te podría haber enseñado.
Piensas en toda esa música
que le habrías enseñado,
en todo lo que habríais vivido juntos.
Y es cuando caes en la cuenta
de que aún no ha pasado
el tiempo suficiente.
Aún sigues preguntándote
el por qué
de aquella vez.
Porque
es como empujar
la primera ficha del dominó.
Y hay que levantar
todo de nuevo.
Tienes
que caminar mucho tiempo
sin echar la vista atrás.
Hay que seguir adelante.
Y puede que no siempre sea fácil,
no siempre nos valemos
yendo solos.
Así que tal vez
jamás llegué ese momento
en el que nada importe.
Tal vez no deje de ser
una rueda que girando
de vez en cuando
te golpea
y te recuerda que te duele.