martes, marzo 11, 2008

Valoraciones

A la hora en que un asesino mataba al ex concejal socialista, Isaías Carrasco, yo ya había terminado los artículos para el fin de semana, la mitad del cual pasé en mi tierra, Zamora, con propósito de votar. Me dio rabia no poder escribir al respecto. Pero la experiencia me ha enseñado que no se debe escribir desde la rabia, estando en caliente, con la sangre hirviendo. Y he cometido esa torpeza algunas veces. Escribir con rabia acaba convirtiéndose en un acto excesivo que hila tacos e insultos. Y a menudo es más poderosa la ironía. O el ninguneo. Por lo general, procuro no comentar los asesinatos y las canalladas continuas de los etarras. Creo que, las más de las veces, los medios les hacen un favor al centrar en ellos toda la atención, al iluminarlos de continuo con los focos. Cualquier asesinato duele. Si, además, toca a alguien de tu tierra, a un tipo que nació en la misma provincia, escuece un poco más. Carrasco, según consignaba este periódico, ha sido la decimoquinta víctima zamorana. Ya se que lo he dicho varias veces, y lo repetiré cuantas sean necesarias, pero hace años estuve unos días en la vendimia de un pueblo de Zamora, codo con codo junto a hombres más mayores que yo, pero más fornidos y resistentes al trabajo duro, y también más sabios. Uno de ellos había perdido a un hijo en el País Vasco, en los setenta, víctima de un atentado terrorista. Determinadas experiencias no se le olvidan a uno jamás. Le marcan. Y a mí la mirada herida de aquel hombre, arrastrando aún su dolor, no se me olvida. Supe de su tragedia antes de conocerlo, y en un descanso de nuestra tarea, allá en el campo, entre uvas gruesas y deliciosas y un sol que nos calentaba los cogotes, me lo contó. Algunos optamos por el silencio como acto de condena y repulsa. Otros lo utilizan de otro modo. ¿Por qué motivo Aznar, tras depositar su voto en la urna y ser preguntado, no quiso hacer declaraciones al respecto? Dejémoslo ahí.
Al igual que en otras ocasiones, escuché los sondeos electorales durante el viaje de regreso a Madrid. La sombra de la muerte, como es habitual, planeó sobre la jornada electoral. Lo importante ha sido la participación. Que el personal no se quedara en casa. El nombre de Carrasco estuvo en boca de todos al efectuar las primeras valoraciones. Me gustó el discurso de Pío García-Escudero, demostrando estilo y deportividad. Me hizo sonreír Zapatero al reconocer el triunfo socialista, algo que deja una herida de cuatro años en las carnes de sus enemigos. Me dio pena Llamazares, asumiendo su fracaso y su labor en un partido que se va a pique. Y luego estaban Rajoy y sus compadres. La mayoría supo aguantar el tipo. No así el propio Rajoy, ni su mujer. A Rajoy, que días antes había declarado en una entrevista en la tele que no tenía pensado qué decir si perdía las elecciones porque estaba convencido de ganarlas, se le quedó cara de acelga. Perdió seguridad y convicción, contentándose con escuchar a ratos las salvas de las masas. Su mujer tenía el llanto en los ojos. Son curiosas las reacciones de los miembros del PP. Algunos ven el vaso medio lleno: “Hemos incrementado nuestra presencia”. Otros, medio vacío: “No hemos ganado, pero…”
Asusta un poco el bipartidismo de estas elecciones. Quizá me equivoque, pero tiene mucho que ver con los medios y su obsesión por vendernos dos productos, como si fueran la Coca-Cola y la Pepsi, olvidando a los refrescos menores. En cualquier caso, y tras la victoria agridulce del PSOE porque está ensombrecida por el asesinato de Carrasco, el pueblo ha votado con sentido común. Siempre Zapatero, antes que Rajoy. Hala, y ahora pónganme a parir, si quieren.