En las últimas semanas he visto dos obras de teatro de sendos maestros de la escena. “Hamlet”, de William Shakespeare, y “Tío Vania”, de Anton Chéjov. Dos obras radicalmente distintas en su puesta en escena y en su propuesta, es decir, en el modo de ser representadas ante el público. No es mi intención establecer comparaciones entre las dos obras en sí, ni entre sus autores, ya que no tienen nada en común salvo el talento de los escritores. Pero, ya que coincide que ambas son representadas de manera opuesta, sí me gustaría hablar de esas dos formas tan diversas de entender el teatro. El “Hamlet” que se estrenó en el Teatro Replika apenas cuenta con financiación, y debe valerse de la imaginación y otros recursos para sustituir la carencia de decorados y atrezzo. El “Tío Vania” que se estrenó en el Teatro María Guerrero es, por el contrario, un alarde de medios, de decorados y efectos especiales. No es que una manera sea mejor que la otra, aunque personalmente prefiero la primera. Me siento más cómodo cuando no sólo hay decorados, sino que la comida y la bebida y los libros que aparecen en escena son de verdad.
“Hamlet” ha sido dirigida por Jaroslaw Bielski. Del reparto destaco a Raúl Chacón (Hamlet) y a Marta Eguía (Ofelia). En escena apenas encontramos decorados, atrezzo o fastuosidad. Sólo hay una sala casi vacía, desnuda, donde se vive el drama. Como en las últimas películas de Lars Von Trier, en las que no existe el decorado ni hay paredes ni casas, el público es quien tiene que recurrir a la imaginación para suplir los espacios vacíos, para levantar muros y ver salones elegantes y paisajes donde sólo está la nada. Se necesita cierto esfuerzo por parte del espectador. Este tipo de puesta en escena, no sé si llamarla minimalista, debe buscarse a menudo algunos trucos para asombrar al espectador. Y un par de ellos resultan muy eficaces. Por ejemplo, en el momento en que el sepulturero que está dentro de la tumba de Yorick utiliza varias cajas que habían servido de sillas para crear una ilusión. La ilusión de que estamos ante una fosa y dentro está el enterrador, que se coloca de rodillas entre las cajas y nos da la impresión de permanecer metido hasta la cintura en un agujero sembrado de huesos y barro. El problema, a mi entender, está en la falta de personal en el reparto. Es algo que he visto en muchas obras y que no me gusta, porque un mismo actor hace el papel de amo, luego de señor, más tarde de dama y finalmente de paje, por poner ejemplos al azar. No obstante, el elenco y el texto de Shakespeare suplen esas carencias. He visto tantas versiones de “Hamlet” que me sabía frases de memoria.
“Tío Vania” ha sido dirigida por Carles Alfaro. El reparto es amplio y a mí me parece ideal y muy curtido en estas lides: Malena Alterio, María Asquerino, Enric Benavent, Sonsoles Benedicto, Emilio Gavira, Francesc Orella, Emma Suárez y Víctor Valverde. Fue un placer reencontrarse con el buen oficio de Orella y Benavent, de cuyo trabajo ya había disfrutado en la obra “Un enemigo del pueblo”. Emma Suárez, con una madurez espléndida, me subyuga, como siempre. Aquí no faltan medios. Música, ruidos propios del bosque, figurantes africanos que hablan en su idioma, libros y vino y queso auténticos, mesas y sillas y sofás y un piano y cortinas y ventanas y paredes y, sobre todo, una vegetación espesa y verdosa que confiere la ilusión de estar cerca de un bosque. Una puesta en escena lujosa y que atiende hasta el mínimo detalle. No había leído ni visto “Tío Vania”. Y su red de amores, odios, fracasos, decepciones y miserias cotidianas me gustaron. Mucho.