miércoles, marzo 12, 2008

Candela

El viernes pasado por la noche, en la víspera de mi viaje a Zamora para votar, salimos por Huertas con un amigo que llegó en compañía de dos italianas. Ellas tenían la intención de ver algún garito típico, relacionado con el flamenco. Algún lugar mítico donde, supongo, empaparse del ambiente propio de palmas y tablaos. Yo les hablé del Candela, el bar que he citado un par de veces en estos artículos porque algunas madrugadas he recalado por allí. La última vez estuve tomando algo en ese local junto a unos cuantos poetas y escritores, de lo cual di cuenta oportuna en su momento. Mi amigo y las italianas aceptaron y les recomendé que fuéramos más tarde, a una hora en la que hubiese más gente. Mientras tanto, se desarrollaron conversaciones en italiano. No es difícil captar lo que dicen. O, al menos, a mí no me fue difícil entender varias palabras e incluso el sentido de algunas frases.
Por fin nos pusimos en marcha y bajamos desde Huertas hasta Lavapiés. Mientras nos aproximábamos al Candela me pareció ver, de lejos, que la reja estaba puesta en la entrada. En efecto, al acercarnos comprobé que el garito estaba cerrado. Busqué en el interior, junto a la puerta, algún cartel que indicase los horarios. Abría casi todos los días con sus noches. Y los viernes nunca cerraba. No entendía el motivo de la verja. Fue entonces cuando pasó por allí una pareja. El hombre dijo: “Está cerrado porque el dueño se ha muerto”. Como tenía un tono de voz raro y un rostro enjuto y de cómic, pensé durante unos segundos que estaba bromeando. Cuando nos alejábamos, la mujer dijo: “Sí, se murió ayer”. Su tono parecía más decisivo. Y entonces supe que no estaban bromeando. “Menuda coincidencia, ¿no? Para ser la primera vez que venimos…”, dijo mi colega. Decidimos regresar a Huertas y buscar un local que no estuviese muy lleno.
Al día siguiente compré el diario El País. De camino a Zamora, le eché un vistazo al periódico. Encontré este titular: “Aparece muerto Miguel Candela, el agitador del flamenco moderno”. En realidad no se llamaba así, sino Miguel Aguilera Fernández. Encabezaba el cuerpo de la noticia una relación de artistas que disfrutaron del bar y de su música. Yo ignoraba que el garito hubiese atraído a tantas celebridades. En el periódico no se ha publicado ninguna foto suya; sólo una imagen del buen ambiente de juerga del bar. Desconozco, pues, si lo vi alguna vez. Probablemente lo viese tras la barra, atendiendo el negocio. Las circunstancias de su muerte aún estar por aclararse, mientras escribo esto. En la noticia contaban que su cuerpo había sido encontrado en la madrugada del jueves al viernes, en torno a las cinco. Tendido en la calle. En mi calle. En la calle en la que yo vivo, cuna de tantas pendencias. Recordé entonces algo de la noche del jueves. Esa noche, tras volver del concierto de The Cure, me acosté algo tarde, cerca de las dos. Tuve una noche inquieta, de sueño incómodo y ligero, plagada de pesadillas. No sé si tiene relación, pero en algún momento de la madrugada me despertó un jaleo en la calle. Entre el sopor del sueño escuché una retahíla de gritos y llamadas de socorro. No pude entender bien lo que decían. Estuve tentado de levantarme de la cama y asomar al balcón, pues la cosa pintaba grave. Sin embargo, me sentía demasiado molido para incorporarme y decidí seguir durmiendo. Tardé un poco en conciliar el sueño. Repito que no sé si tiene alguna relación. Pero no me sorprendería que lo que en realidad me despertara fuese el hallazgo del cadáver. En cualquier caso, el mundo del flamenco está de luto.