Mi tierra me dio la bienvenida con un directo y podríamos decir que me despidió con otro. La primera noche que, en Navidad, puse el pie en Zamora, actuaban en el Café Marlene, un santuario de estrellas de cine en blanco y negro, junto a la Plaza Mayor, los restos de Cianuro, que ahora se llaman Un Poquito de Cianuro. Mítica banda zamorana, con rock de carretera y algunas canciones en las que no falta la nota humorística, dado su talento para la parodia y para versionar a su modo los clásicos: pueden comprobarlo con sus versiones de “Purple Rain” y “Born in the USA”. En acústico, los dos miembros que han decidido continuar, Víctor Montero y Alfonso Martín, nos hicieron recordar el pasado, los ochenta, cuando nosotros íbamos a sus conciertos ataviados con cuatro rasgos de rocker que hoy, al recordarlo, me avergüenzan un poco: llevábamos pañuelos al cuello y en la muñeca, los pantalones pintados con nuestros dibujos a rotulador y, algunos, incluso tupé y gomina. Casi hacia el final del acústico, uno de mis colegas, Iñaki Martínez, fue invitado a subir al diminuto escenario para cantar con ellos el “Johnny B. Goode” de Chuck Berry. Después, Iñaki soltó una frase de “Regreso al futuro” que, me parece, sólo advertí yo (no es por echarme flores, pero tuve que explicar su procedencia a quienes estaban conmigo): la que Marty McFly dice tras tocar “Johnny B. Goode” para el público de 1955. La evocación del pasado en manos de Cianuro, con su himno “Nacido en la tierra del pan y del vino”, no tuvo resonancias ñoñas. Me refiero a que nos llevaron al pasado sin caer en la tristeza. Dijeron que no habían ensayado, pero eso daba igual. Lo importante es que lo pasamos bien.
Si ese fue el directo al que asistí el primer viernes, no fue menos evocador de la década de los ochenta el concierto que vi el segundo (y último) viernes: La Guardia, en el Ávalon Café. Sólo asistieron tres componentes, pero tocaron su rock propio de banda sonora de una road movie con alegría y sin caer en falsas nostalgias y sin ceder a la sensiblería. Inyectaron mucho nervio en el escenario. Por ahí, entre el público, se contaba que algunas personas habían venido de otras ciudades sólo para asistir al concierto. El revival está de moda, no hay duda. Ya lo dijimos en este espacio una vez y no vamos a insistir en ello. Hacía siglos que no escuchaba un tema de La Guardia. Entré en el bar pensando que no sabría reconocer más de una canción y me equivoqué. Casi todas me sonaban: “Cuando brille el sol”, “Mil calles llevan hacia ti”, etcétera. También hubo ocasión de versionar temas de otras bandas, como el “Mueve tus caderas” de Burning.
Resulta que en estos conciertos siempre nos encontramos los mismos. El público suele ser una extraña mezcla de gente de mi generación, provista ya de canas y arrugas incipientes, y gente de generaciones más frescas, que conocen lo antiguo. Y digo “antiguo” porque corren tiempos en los que todo parece pasado de moda en cuanto transcurren dos años. Pero no se lo crean, es sólo un invento del consumismo. Estaría bien que, en lo sucesivo, a estos directos de los que todavía se puede disfrutar en ciertos garitos zamoranos, asistiera más público, y no sólo los que vamos siempre. No soy amigo de dar consejos, que cada cual haga lo que quiera o le acomode, pero a los conciertos se debe asistir siempre que uno tenga oportunidad. Aún recuerdo con dolor cuando un tipo me pidió que fuese con él a ver a Nirvana a Madrid, y yo dije: “No, quizá en otra ocasión”. Y no la hubo porque Kurt Cobain se pegó un tiro. A veces pasa eso y a veces las bandas se disuelven, sin más. Y te lo pierdes.