Por estas fechas, desde que comienzan las vacaciones de Navidad hasta el Día de Reyes, inclusive, se celebra un mercado medieval en el Centro Comercial de Puerta de Toledo. En Madrid. Para hacerse una idea, está junto al entorno del Rastro, y me queda a unos diez minutos de casa, a pie. El Centro Comercial es laberíntico. Su entramado y sus bifurcaciones en pasillos y diversas plantas y escaleras parecen surgidos de “Dentro del laberinto”. Uno trata de recorrerlo y nunca está seguro de haberlo visto todo. De vuelta a esta ciudad de humo y ruido, paso por allí un par de veces. Tengo una razón para estas visitas: entre los vendedores del mercado medieval hay gente de Zamora. Me alimentan de historias. A ese tipo le robaron el dinero de la recaudación, una noche, y además le pisaron las tartas caseras que elabora y vende. En esa cafetería hay un camarero a quien el jefe ha dicho, en público, que va a echar estos días: es un camarero facha, misógino, medio loco y se sospecha que pederasta; cada día me cuentan una nueva historia sobre ese tipejo: que si persigue a los niños, que si acosa a las mujeres, que si se clava las uñas en la cabeza y se hace heridas, que si alguien le partió la cara. Los vendedores se llaman, entre ellos, como su disfraz y su profesión indican: El Herrero, La Escultora, El Cetrero, La Bailarina, El Pastelero.
Decía que hay gente zamorana, y de eso quiero hablar. Por ejemplo, una pareja de Benavente a la que conocí la otra tarde, y de quienes ya tenía abundantes referencias: Oscar Maniega y Mónica Iglesias. Ambos son cetreros. Su puesto, a las puertas del Centro Comercial, en la calle, donde pelan frío y el humo de la brasa del tenderete de chorizos los envuelve continuamente, concita todas las miradas. Allí tienen a sus criaturas, a algunos de sus seres más queridos, a los que miman y ponen nombres: lechuzas, búhos, águilas, halcones, etcétera. Observar los movimientos de la lechuza me trajo gratos recuerdos: hace décadas tuvimos en casa un ejemplar con aires de “Papillón” (quiero decir que se fugó de su enorme jaula en varias ocasiones). Oscar me habló de su amistad con Aurelio Pérez, quien fuese colaborador de Félix Rodríguez de la Fuente. Quizá el nombre de este cetrero de Benavente les resulte familiar: fue el encargado de la campaña de control de palomas que el Ayuntamiento de esta ciudad puso en marcha hace unos meses. La segunda tarde en la que hablamos, mientras yo admiraba las patas de las aves de presa, se obstinó en calzarme el guante de cetrero, y luego me puso al búho hembra sobre la mano. Yo retiré la cara un poco, porque esos picos y esas garras tan afiladas me dan mucho respeto. Me embargó una sensación difícil de describir, excitante, con el búho allá encima, mirándome. Cuando lean estas líneas, espero haberme hecho algunas fotos con estas aves en el puño.
En uno de los puestos está otra zamorana. Y a ésta la conozco bien porque es mi madre. En el mercado medieval vende camisetas pintadas a mano por ella misma. El año pasado, también en Puerta de Toledo, una directiva de “Sé lo que hicisteis…” le compró varias prendas, y la presentadora se las ha puesto una o dos veces para la emisión del show. Hace meses vimos por ahí, en los desfiles, a modelos con camisetas de horcas y alambradas iguales a las que había ideado mi madre. Copiadas, vaya. El diseñador era David Delfín. Pero el mundo es un pañuelo: esta semana estuvo en el puesto de ella un ex colaborador de Delfín. Se presentó. Ella le dijo: “Este diseño me lo ha copiado Delfín”. El hombre admitió el plagio de su ex jefe. Así funcionan los jetas y los poderosos. A otros, en cambio, sólo nos queda la verdad.