En la página web de Freixenet puede verse el anuncio navideño de Carta Nevada para este año. En inglés o doblado al castellano, como uno prefiera. No suelen gustarme los anuncios de Freixenet, donde todo (o al menos así lo recuerdo) se reduce a gente de fiesta, trajes de etiqueta, sonrisas por doquier, mucha bailarina, mucha alegría, exceso de gomina, galanes y mujeres rompedoras. Normalmente nos hablan de lujo y derroche. El anuncio siempre trasmite que esas son precisamente las fiestas que se montan los ricos. Lo que suele despertar mis simpatías es el plantel de estrellas que cada año contratan: Sharon Stone, Antonio Banderas, Gwyneth Paltrow, Pierce Brosnan, Kim Basinger, aportan elegancia al producto y, durante las navidades, sus rostros se convierten en el símbolo de la marca.
Este año han cambiado de rumbo. Hay que renovarse. Si la publicidad no se renueva de vez en cuando, el producto muere. Eso lo saben incluso los niños; rectifico: los niños lo saben mejor que nadie. El rumbo nuevo de Freixenet consiste en darle el timón a un director, a un artesano, a alguien que no se limite a poner a las guapas a bailar y a los galanes a seducirlas. A alguien que cuenta una historia con su sabiduría tras la cámara. Su director de comunicación lo ha llamado “testimonios creativos de grandes maestros del cine”. En la página web, como digo, puede accederse al anuncio íntegro. Lo ha rodado Martin Scorsese. Son palabras mayores. Ahora la estrella no es el actor o la actriz que aparece en pantalla, sino que el director (y su manera de enfocar la historia y el producto) se ha convertido ya en la estrella. Para empezar, el actor que copa casi todos los planos es Simon Baker, un tipo al que recordamos por la televisión y por intervenciones en la secuela de “The Ring” y, en menor medida, en “L. A. Confidential”. Pero Baker no es famoso. O no lo es tanto como sus predecesores en la historia del spot.
El anuncio engancha durante sus casi siete minutos de duración. Ya de por sí eso merece el aplauso. No es fácil que un spot te entretenga durante siete minutos. Algunos nos hacen cambiar de cadena tras soportar diez segundos de visión. Pero Scorsese, además de artesano y uno de los mejores directores contemporáneos, es un tipo muy listo que ha visto mucho cine. Y sabe que la receta más eficaz para enganchar al espectador es el suspense. El suspense nos mantiene clavados a la butaca o al sofá, aguardando la resolución de los acontecimientos. Scorsese sabe, como lo sabe cualquier mortal, que el número uno del suspense no es otro que Alfred Hitchcock. Doble jugada, pues. Y magistral: Scorsese logra capturar nuestra mirada y mantener nuestro interés y, a la vez, homenajea al maestro y lo imita. Este Scorsese no es el de “Uno de los nuestros”, sino un Scorsese disfrazado de Hitchcock. Pero aún quedan un par de marcas de la casa Scorsese: por ejemplo, ese segundo de violencia absoluta en el que Baker, con cierto parecido físico a uno de los protagonistas de “La soga”, clava el casco de una bombilla en el ojo de su agresor. Puro arrebato Scorsese. Por lo demás, hay un homenaje a varias películas: “Los pájaros”, “Vértigo”, “La ventana indiscreta”, “Recuerda”, “El hombre que sabía demasiado”, etcétera. No descubro nada: cualquiera que lo vea se dará cuenta, igual que sabrá que el célebre “McGuffin” es la propia botella. Para rodar el anuncio se ha servido de una fotografía idéntica a la de los filmes más conocidos de Hitchcock. La planificación, el montaje, la música, los peinados, todo constituye un homenaje perfecto.