Fui al cine a ver “Rec”, de Paco Plaza y Jaume Balagueró. Es una buena película, pero en conjunto no me parece redonda al cien por cien. Quiero decir, no tanto como lo puedan ser o me lo puedan parecer a mí otras cintas españolas de terror: “Los otros”, “Los sin nombre”, “El habitante incierto”. Tal vez sea porque sucede lo mismo que en “El orfanato”: que hay un abuso de los modelos y de las fuentes. Que algunas escenas suenan ya a algo repetido, a algo que conocemos del cine de terror de Norteamérica. En “Rec” conviven dos mitades muy diferenciadas tras la introducción en la que se plantean los derroteros que va a seguir el largometraje. La primera mitad es una comedia. Y no lo digo en broma. Es una comedia de tono berlanguiano. Luego explicaremos por qué. La segunda entra de lleno y, tras haber levantado sonrisas y relajar al público, en el terror puro. Uno siente terror cuando la amenaza desconocida avanza entre las sombras, y ya sólo eso pone los pelos de punta, aunque recuerde demasiado al final de “El silencio de los corderos”.
Detesto utilizar etiquetas y alusiones a la suma de otros filmes, pero en esta ocasión es mejor explicarlo así. La película es un cruce entre el programa televisivo “España directo” y la cinta “El proyecto de la Bruja de Blair”. Superando a ambos, lógicamente. Estos son los elementos con los que juega: una periodista prepara un reportaje de investigación sobre cómo viven los bomberos; a menudo explica a la cámara lo que está ocurriendo; el espectador está en el cine, pero se siente igual que si el público potencial fuera el televisivo; lo que nosotros vemos es siempre y únicamente lo que filma el cámara de la tele que acompaña a la reportera y, por tanto, nos serán vedadas algunas imágenes, como cuando la policía insiste en apagarles la cámara o tapar el objetivo o cuando el propio cámara corre y se tropieza. Decíamos que la primera mitad es una comedia. Porque representa la vida de una comunidad de españoles, esos vecinos con sus manías que vemos en el cine de Berlanga, en “La comunidad” y en los reportajes de “España directo”. Pueden parecer arquetipos, pero existen en la realidad, si uno ha visto alguna vez ese programa tan amarillo: la pareja de ancianos que discuten ante los reporteros, los chinos a quienes no se les entiende ni jota, la madre empeñada en poner denuncias, el solterón mariquita entrado en la madurez… Lo que cuentan a la cámara, con naturalidad y desparpajo, como si no fueran actores para dar sensación de credibilidad al espectador, es magnífico. Idéntico a la España profunda. Esbozos de vidas en los que no falta una pizca de caspa y un poco de mala leche cuando los vecinos se acusan entre ellos.
En la segunda mitad terminan las risas. Conocemos más la situación kafkiana que viven los personajes atrapados en un edificio. Vemos siluetas, sombras, sangre. El cámara y la chica se empeñan en filmarlo todo, en que quede registrado para la posteridad y para subir audiencia. Carlos Boyero decía en su crítica: “Lo único que mi cobardía no entiende es el sentido del deber de ese cámara que sigue filmando a los que se lo van a zampar. Lo normal es que saliera corriendo”. Pensé lo mismo un par de veces. Me dije: “Pero, hombre, deja la cámara y utiliza las dos manos para luchar o huir. Déjate de reportajes”. Días después, cuando he reflexionado bastante en torno al filme, no pienso así. El telediario nos lo demuestra. Lo importante es grabar, filmar. Que todo se registre. Huidas, accidentes, palizas. Hoy la cámara jamás se suelta. En USA, por cierto, están rodando el remake: “Quarantined”.