Parece que las ratas están de moda. Ese animal que nos despierta tanto asco cuando lo vemos asomar entre las basuras de la calle o recorrer una acera en las sombras para ir a refugiarse a la alcantarilla, ocupa hoy un lugar preferente en ciertos ámbitos. No la rata como tal, claro, sino lo que inspira: novelas, ensayos, películas o actos de protesta. Es curioso que un ser tan odiado y perseguido se convierta en un emblema de la cocina, la literatura o la crítica política, como veremos ahora.
Unos meses atrás la película sorpresa de las carteleras de medio mundo fue “Ratatouille”, una obra maestra del dibujo animado en la que una rata, Remy, aprende los secretos de la cocina y se guía, además, por su insuperable olfato. Una rata en París con ansia de nuevos sabores y de conocimientos. Fue un taquillazo y seguro que la edición en dvd se venderá como pan caliente estas navidades. Como también se venderá otra sorpresa no menos agradable: la novela “Firmin”. Su autor es Sam Savage, un hombre de barbas blancas y rostro cansado en el que se resumen experiencias quizá no muy agradables. Este caballero ha escrito su primer libro después de pasar por varios oficios. Un libro con mucho éxito de crítica y de ventas. Savage nos habla de la literatura, de sus gustos, de los clásicos, de los rumbos inesperados que toma la vida, y lo hace con el recurso de un personaje llamado Firmin, una rata que devora libros (dos acepciones: los lee y se los come) y que narra lo que ve en una librería y en la vivienda de un escritor en horas bajas. Pero es que, más allá del asco, de la repulsión y de todo lo demás, la rata es un ser muy interesante. Lo que han hecho en el cine y en la literatura es otorgarle cualidades de genio y hábitos propios de humano, quitarle su papel de bicho proscrito y colocar otros focos sobre su lomo. Los focos de la ficción, que siempre vuelven posible lo imposible. Decía que es un ser muy interesante, y para eso léanse el libro “Ratas”, de Robert Sullivan, que he recomendado aquí una o dos veces. Es el resultado de la labor de investigación que llevó a cabo el autor en un callejón de Nueva York. Observó a las ratas y anotó sus costumbres, y otros comportamientos interesantes que nos desvelan que son más inteligentes de lo que pensamos, y que allá donde hay un hombre siempre anida cerca una rata. Las ratas aparecen de cuando en cuando, también, en los telediarios, cuando nos muestran esos restaurantes norteamericanos de comida rápida en los que las cámaras (y los comensales) han descubierto manadas enteras de roedores que van allí a ponerse las botas.
Por si fuera poco, la rata es el símbolo que han elegido en Comisiones Obreras de Madrid para protestar contra el alcalde, Alberto Ruiz Gallardón o, como dirían en “Muchachada Nui”: “el de las cejacas”. Al de “las cejacas” lo anda persiguiendo ahora una sindicalista disfrazada de rata. Se propone perseguirlo y acompañarlo a los actos públicos en los que el alcalde asome el hocico; perdón, el morro. La rata protesta por “la privatización de distintos servicios municipales”. La rata es una mosca cojonera. Se hace llamar “Ratardón”, mezcla de rata y de Gallardón (explicación que sobraba: cualquiera entiende el chiste). El alcalde podrá tomárselo mal, salvo que piense en Remy y en Firmin, que le han añadido otro enfoque a los roedores. A mí me gustaba más el anterior personaje que persiguió al alcalde de Madrid: “Vampirón”, un muñeco de trapo que se le parecía mucho. Pero si nos obligaran a escoger un bando a punta de pistola, si nos forzaran a elegir entre Ruiz Gallardón o Esperanza Aguirre, yo sería de Gallardón: siempre debemos elegir, de entre dos males, el menor.