Debes evitar el empacho. Debes evitar hacerle el juego a las televisiones, que alimentan sus telediarios y sus shows matinales con los consejos de los expertos y los nutricionistas y al mismo tiempo saturan los espacios publicitarios con cebos para incitarnos al consumo. Sale un tipo en la televisión diciendo que debemos tomar más sopas, frutas y verduras y, durante los próximos minutos, esa misma cadena anuncia jamón ibérico, fabada de lata, champán y hamburguesas. El peligro de las comilonas y las cenas y demás banquetes no está tanto en la gula individual, sino en el afecto de las mujeres. Madres, esposas, tías, abuelas, que cocinan con más cariño que los hombres, pero también insisten más en atiborrarnos de comida. Suponen, al menos en mi caso, un peligro saludable, un hacha de doble filo. Quiero decir que nos alimentan, y nos alimentan bien, pero corremos el riesgo de no poder movernos tras cada cena. Hay que andarse con cuidado. Luego nos toca recurrir al bicarbonato, a las sales de frutas, al Almax y al reposo, y no es plan.
Por lo general (aunque en la cena de Nochebuena nosotros hemos cenado lo justo y me he librado del temido empacho), en estas fechas hay un combate, una lucha de poder. No es un combate muy distinto de la esgrima. Tú eres el comensal, el tipo que espera sentado en su silla. Entonces, en lontananza, se aproxima una mujer. Puede ser tu madre, o tu mujer, o tu abuela, o tu tía. En una mano sujeta la bandeja del asado. En la otra, el cucharón para servirte. Ella intentará hacer el gesto de llenar ese cucharón y servirte el doble de alimento de lo que tu estómago pueda resistir. Si puedes comer dos tajadas, tratará de ponerte cuatro o incluso cinco pedazos. Hay que decirles que se detengan antes de que levanten la bandeja. Hay que prevenir. Soltar el stop antes de recibir la primera tajada supone que capten el ruego cuando su cerebro sabe que van a depositar tres trozos en tu plato. Es posible que insistan, y entonces empezará el baile. Levantas el plato con una mano y tratas de retirarlo, de retroceder, de huir de la carne cuya sola visión empieza a saturarte. Es un retroceso parecido al que vemos en la esgrima. Y, si retrocedes, es porque estás perdiendo y sólo queda la retirada. El plato se mueve por la mesa conducido por tu mano, y tras él, en brutal persecución, acude la cuchara de servir. Estás sentado y ella, o ellas, de pie, de modo que tienes las de perder. Te ganan en altura y la altura es una ventaja. Aquello te recordará al famoso pasaje de la lucha entre Peter Pan y el Capitán Garfio. Garfio es más alto y avanza unos pasos en dirección a su enemigo, y casi lo arredra y se lo come, porque el niño retrocede mientras encaja las fintas. Pero Peter Pan no juega limpio y por eso vuela y se pone a la altura de Garfio y gana el combate. A veces, y creo que no exagero mucho, cuando uno se sienta a cenar o a comer en estas fechas, nota una legión de aeronaves que le atacan por todas partes. Son los platos. Se siente uno Luke Skywalker abriéndose camino en la superficie de la Estrella de la Muerte, mientras lo bombardean por cada flanco.
Créeme, sé de lo que hablo. Considérate un ganador si logras comer sólo el doble de lo que tu estómago puede albergar. Porque ellas intentarán que comas el triple de tu capacidad. Huye, en fin, de los empachos, aunque sea para no tener que hacerle el juego a la televisión, que te atormenta por un lado con los consejos de los nutricionistas mientras por el otro te bombardea, a su manera, con publicidad de productos grasos que facilitan la mala digestión. Esto lo digo sin acritud y en broma. Que nadie se ofenda. Porque, ¿qué haríamos nosotros sin esas mujeres que nos cuidan?