Para combatir la degradación de mi barrio y, supongo, llamar la atención de los medios y de las autoridades y que conozcan el problema, algunos vecinos crearon “Lavapiés Olímpico” hace ahora alrededor de un mes. Consiste en una campaña que apuesta por el humor en su denuncia. Había olvidado por completo el cartel que hicieron para la campaña, pero poco a poco me lo encuentro por ahí. Unos días atrás, al entrar a tomar un vino en La Redicha, me fijé en una copia de ese cartel, en la pared. Debajo, en un estante, algo que hasta entonces no había visto: una caja con una ranura para que la gente rellenara una papeleta con su deporte favorito de Lavapiés. El más denunciable, a su juicio. Otros tantos días atrás, al salir de casa, vi a dos chicas pegando copias de este cartel por el barrio. En los portales, en los escaparates, en los muros. Entre medias, incluso he visto que en algunos telediarios daban la noticia de esta campaña, una protesta que utiliza el humor.
A esta iniciativa se suma “Lavapiés no pasa”. Algunos amigos me dicen, a menudo, que si alguna vez se logra limpiar el barrio y devolverle su antiguo esplendor, ya no sería lo mismo. Que perdería su encanto. Ese encanto está muy bien cuando eres alguien que viene de paso, a hacer una visita a casa, o a tomar unas cañas, o al teatro, pero es muy distinto si vives aquí y tienes que aguantar el ruido nocturno, las broncas diarias, las aceras manchadas de cagajones, las esquinas y las ruedas de los coches llenas de orín, los hombres desesperados que duermen en el suelo, los destrozos en el mobiliario urbano, la panda de tíos que todas las noches canta un estribillo tribal bajo la ventana, las ambulancias que vienen a atender a quienes sufren el telele por culpa del alcohol, los camellos que te atosigan con su mercancía, los robos de bolsos en la calle o los inquilinos que se meten a pasar la noche en los portales o en las escaleras del edificio. No obstante, seguro que, si algún día todo eso desaparece, yo lo echaré de menos. Lo que quiere la gente, además, es que el barrio retorne a sus orígenes, cuando era una zona entre bohemia y castiza y estaba muy de moda para venir de tapas y ver el ambiente y merodear por sus calles.
Supongo que habrán visto el cartel de “Lavapiés Olímpico” en algún telediario. Hay varias modalidades, y citaré aquí unas cuantas: “Levantamiento de bolsos”, “Burocracia acrobática”, “Trapicheo con relevos”, “Esgrima urbano” o “Meada estilo libre”. De esta última modalidad tengo ejemplos diarios. Es raro el día en que no me topo, al salir del portal o asomarme al balcón, con algún fulano con el pájaro al aire, regando la acera, la parte posterior de un vehículo, una esquina o un pequeño árbol. Por eso evito caminar por las aceras de mi calle: la mitad de las baldosas están desprendidas, y antaño me llevaba la sorpresa de, al pisar alguna baldosa, que ésta se moviera y me salpicase el charco de pis que había debajo, mojándome las botas en incluso las perneras del pantalón. Unas horas antes de escribir estas líneas oí cómo una vecina abroncaba a un tío que había meado en la calle. El fulano se defendía diciendo: “No me lo diga a mí, señora. Que pongan servicios públicos”. Pero me temo que si aquí al lado instalaran servicios públicos, iba a ser aún peor: cada urinario se convertiría en una cueva de ladrones, con camellos dentro haciendo sus trapicheos, o mendigos tratando de protegerse del frío, o gente poniéndose un pico. Quienes entraran a orinar, alcohólicos y delincuentes en su mayoría, terminarían meando fuera de la taza, atascando el váter o muriéndose allí dentro.