Acaba de salir de imprenta “La Venganza del Inca. Antología de poemas con cocaína”, editado con lujo y preciosismo, y con selección y prólogo de David González, e incluye textos de más de sesenta autores de diversas nacionalidades. Incluso antes de su publicación la polémica acompañó al libro. El manuscrito original fue rechazado por algunos editores. Se acusó a David de insultar a los peruanos a causa del título, de hacer una apología de las drogas y de otras sandeces cuya mera enumeración ensuciaría el nombre de los poetas reunidos en la antología. Lo curioso es que nadie lo había leído, lo cual demuestra una vez más el agrio carácter del personal, dispuesto a vomitar su rencor sobre obras que ni siquiera han aparecido aún en el mercado.
Vayamos, primero, con el título. Al parecer, a la cocaína se la conoce como “la venganza del inca” porque la presencia de esta droga en los países occidentales es cada día más notable, lo cual sería una venganza por la masacre de los incas, una venganza servida en plato frío. Por los foros de la red corre una brillante frase: “La venganza del inca duerme en la hoja de coca y despierta en el cuerpo del conquistador”. En segundo lugar, basta leerse el libro (algo que, fiel a mi estilo, acabo de hacer) para corroborar que ni David, ni ninguno de los autores recogidos en el índice, hacen apología de las drogas. Lo único que señala el poeta y seleccionador es que él sí las toma, y reclama su derecho a hacerlo sin que nadie le juzgue o se entrometa en su vida y en sus hábitos. Lo único que ha hecho David, si se le puede acusar de algo, es afrontar un durísimo trabajo de búsqueda, lectura y selección de poemas. En el prólogo y en la bibliografía de las últimas páginas del libro constan los títulos con los que ha trabajado, y que no sólo atañen a la poesía, sino a otros géneros: ensayo, reportaje, novela. Incluso hay alusión a diversas noticias recogidas de los medios.
Mientras sorbía los versos de este libro, he imaginado a David en la piel de una especie de corsario literario que se lanza a un océano de libros de papel (y también digitales), buscando poemas y referencias en los que apareciera “la nieve”, con la espada entre los dientes, con los ojos cansados de la búsqueda. Después de años de bucear en los fondos bibliográficos, ha salido a la superficie y lo ha logrado alcanzando un alto nivel de poesía. Porque, él mismo lo dice, si de algo hace apología este nuevo título es de la poesía. Apología de la literatura. La excusa, en el fondo, nos da igual. Podrían ser poemas que aglutinaran el interés de los poetas por la noche, o por las flores, o por las aspirinas. Lo que importa es la selección de poetas, a través de la cual se ofrece un retrato de la huella de esta sustancia en la poesía. La selección es impresionante, y permite no sólo descubrir a poetas que no conocíamos o no habíamos leído, sino leer textos de autores inéditos en España, o no traducidos, o autores cuyos libros han desaparecido del mercado. No quiero apuntar nombres, porque no hay espacio para todos en este artículo (les emplazo al blog de David) y luego queda feo nombrar a unos y silenciar la identidad de otros. D.G. se plantea una pregunta: “¿Cuál es la presencia de la cocaína en la poesía contemporánea?” La respuesta: en los poemas. David, amigo, poeta feroz e incansable, hombre renacido de sus cenizas al que una y otra vez los bienpensantes y los vendidos tratan de empujar a la hoguera, vuelve a sorprendernos. Lo hizo con su espléndido poemario anterior, “Algo que declarar. Poesía de no ficción”. Y lo hará, espero, en su próximo libro, de título kilométrico: “No hay nada que un hombre no pueda hacerle a otro + La caza espiritual”.